viernes, 26 de junio de 2015

La isla de Nabumbu

Imagen de InfoShutter.com

No tengo nada claro haber vuelto, aunque lo parezca xD

Quería subir este relato, y no tengo otro sitio donde hacerlo, así que he resucitado el blog. Ayer estuve en un evento llamado La isla de Nabumbu, donde te daban 45 minutos para escribir algo con unas premisas que te decían en el momento. Fue duro, llevaba muuuuuucho tiempo sin escribir y los que me conocéis ya sabéis lo que me cuesta hacer algo así de repente, tan rápido. No estoy contenta con el resultado, pero bueno, siempre podría haber sido peor.

Las normas eran: un personaje que fuese un estafador de buen corazón, otro que fuese una mujer con gran fuerza, un folio como máximo, que estuviese en segunda persona y que empezase o acabase con la frase "Sálvame; soy un náufrago". No conseguí encajar bien la frase, pero me consoló ver que el resto de participantes tampoco xD


¿Por qué me miras así? Pensaba que me conocías. Sabes perfectamente cómo soy, siempre lo has sabido, así que no sé qué coño estás mirando.

Llegaste cuando no te esperaba, toda susurros y sonrisas, arrollando mi mundo a tu paso, y me desarmaste por completo. Si fuese un tío romántico diría que mi vida comenzó cuando te vi por primera vez, pero ambos sabemos que no lo soy. Mi vida comenzó cuando comenzó, tú simplemente la hiciste más interesante. No, quizá interesante no... más intensa, eso es. Cada día contigo es una puñetera montaña rusa, un caos, pero me encanta. Y a ti también, sino no seguirías aquí; no eres del tipo de chica que aguantaría mis mierdas si no le gustaran.

Por eso no entiendo de qué te sorprendes. No es la primera vez que hago esto, ni será la última vez que lo haga, y tú me has visto hacerlo cientos de veces. Joder, me has ayudado a hacerlo cientos de veces. ¿Por qué esta vez iba a ser diferente? ¿Porque se trataba de tu familia? No es justo que tuvieses esa fe en mí. Sabes cómo soy. Veo la ocasión de conseguir dinero fácil, y no puedo evitarlo. 

Pero lo que más me jode de todo esto no es que estuvieses convencida de que esta vez no lo haría. Lo que más me jode es que yo mismo estaba convencido de no hacerlo... pero ya me conoces. Soy así. Pensé que quizá podía cambiar, que tú podrías cambiarme, pero ya ves cómo son las cosas, he desvalijado la cuenta de tu abuela y ni siquiera me arrepiento. Sólo siento que me estés mirando así. Siento que estés a punto de marcharte, y que lo único que pueda hacer sea suplicarte, aunque sé que no servirá de nada. De verdad quiero cambiar, aunque no lo demuestre, lo que pasa es que esto es más fuerte que yo. Necesito que me salves de mí mismo, sólo tú podrías hacerlo, con tus susurros y sonrisas. Sálvame, por favor. Sálvame; soy un náufrago.

lunes, 18 de marzo de 2013

Miedo

Imagen de Mother Jones

He empezado a escribir algo.

De momento no es bueno en absoluto y no tiene un tema que pueda interesar mucho o ser bien recibido por la mayoría de la gente. Pero creo que va a ser largo, y eso me acojona.

Me acojona no ser capaz de seguir (ya ni hablo de acabarlo).

Me acojona ser capaz de seguir, y descubrir que tengo razón y sólo hago basura.

Me acojona no saber enfrentarme a esta temática. 

Me acojona saber enfrentarme a esta temática y que me afecte demasiado.


No entiendo cómo unos malditos párrafos en el procesador de texto pueden dar tantísimo miedo. Si lo que quería era escribir, ¿por qué me asusta el simple hecho de intentarlo?

miércoles, 13 de febrero de 2013

Aisha

Y aquí estamos, con otro relato reciclado. Lo escribí en la época en que no actualizaba el blog, y me apetece que esté por aquí. Es de otro de mis personajes de Neverwinter, que jamás pudo llegar a desarrollarse... me quedaré con esa espinita clavada. 

Prometo daros algo nuevo pronto, pero no es tan fácil.



 ― Así que cuentas historias― pregunta él, mientras llama la atención de la camarera para que les llene la copa de nuevo―. Me encantan las historias, cuéntame alguna y te invito a cenar.
Si me lo pides así, no puedo negarme― la pequeña elfa sonríe con inocencia y se coloca bien en la silla, dando un trago de su vino―. Os voy a relatar algo que ocurrió en mi propia aldea, hace casi tres siglos.

Cuando la chica hace una pausa, aprovecha para mirarla bien otra vez. A pesar de que seguro que ha vivido varias décadas más que él, a sus ojos no parece mayor que su hermana de 14 años. No sabe bien cómo actuar, pues aunque sólo sea una adolescente, hay algo en ella que le atrae de una forma casi primaria. Se fija en sus dos amigos, Bern y Luria, y los encuentra como siempre, dispuestos a escuchar una buena narración y en un respetuoso silencio. La sala común de la posada está abarrotada esa noche, y nadie más les presta demasiada atención.

«Mi aldea es muy pequeña, un lugar tranquilo y monótono en el que, como en casi todos los sitios donde vivimos los elfos, las cosas apenas cambian. Además, la gente no se atreve casi nunca a salir de ella, porque está rodeada por un bosque del que se cuenta que está maldito y plagado de terribles criaturas.

Pero situémonos hace 278 años, que es cuando ocurrió todo lo que os voy a contar. Mi historia se centra en Acthelion, un por entonces joven elfo que vivía con sus padres, hermanos y abuelos en una granja de la aldea. Su familia era feliz allí, pero él estaba cansado de la monotonía y quería algo nuevo en su vida.

¡Acthelion, no se te ocurra acercarte al bosque!― le solía ordenar su madre. Y como aquello sonaba casi como una invitación, Acthelion iba al bosque a menudo.

Lo mantenía en secreto, pero le encantaba pasar allí las horas en que no debía ayudar a sacar la granja adelante. A él no le parecía en absoluto un lugar maldito, sino un precioso bosque lleno de paz. Pero no dijo nada, pues no quería compartirlo con nadie. Le gustaba dar largos paseos, bañarse en los lagos o simplemente tenderse al sol, sobre la hierba, y observar los pájaros y las formas de las nubes.

Y una tarde, mientras bebía el agua clara y limpia de un arroyo, le pareció escuchar algo».

¿Qué es lo que escuchó?― inquiere Luria, sin poder aguardar a que la joven continúe.
Sssshh, déjala seguir― la amonesta él, ganándose al hacerlo una amplia sonrisa de agradecimiento de la narradora. No es más bonita que otras elfas que haya visto, pero le hace contener la respiración.

«Acthelion afinó el oído, y entonces el sonido le llegó claramente. Era un pequeño tintineo, como el de una campana. Alzó la vista, pero no encontró nada extraño. Y el tintineo persistía, ahora un poco alejado.

Sin pararse a pensarlo, Acthelion se levantó y fue tras el tintineo, que siempre estaba unos pasos por delante de el. Comenzó a seguirlo, sin fijarse por dónde caminaba, atento sólo a lo que captaba su oído. El tintineo lo guió, incesante, por el bosque, y el resto de cosas dejaron de importar. Los segundos se convirtieron en minutos. Los minutos, en horas.

Las horas se convirtieron en días.

Y, finalmente, el tintineo lo condujo al interior de una cueva. Acthelion entró, sin hacer caso del cansancio, y una vez dentro dejó de escucharlo.

Pero no le importó, porque se hallaba en el lugar más bello que había visto jamás. La roca de la cueva estaba cristalizada con minerales de mil colores, y estalactitas rosadas en espiral brotaban del techo. En el suelo crecían setas azules y moradas que despedían un intenso fulgor, alumbrándolo todo.

Y la elfa que lo esperaba era lo más hermoso que sus ojos habían encontrado en toda su vida. Su piel era blanca como las nubes limpias, su cuerpo era exuberante y delicado como las flores, sus ojos y sus cabellos eran verdes como el corazón de un bosque.

Ninguna tela cubría su cuerpo perfecto. Yacía sobre el suelo de la gruta, con los brazos hacia arriba, las piernas separadas, invitándolo a hacerla suya.

Acthelion no pudo resistirse. No hablaron. Sólo se amaron, una y otra vez. Los minutos se convirtieron en horas. Las horas, en días.

Los días se convirtieron en semanas.

Y, una mañana, Acthelion despertó y ella no estaba allí. Asustado, la buscó por toda la cueva, con el corazón a punto de estallar de dolor. Desconsolado, la llamó a gritos, a pesar de que ni siquiera conocía su nombre.

No fue capaz de encontrarla. Con el alma desgarrada, volvió a la aldea, donde lo recibieron con gran alegría, pues ya lo daban por muerto. Hubo una fiesta en su honor, pero él sólo miraba al vacío. Triste, roto. Incompleto. Las horas se convirtieron en días. Los días, en semanas.

Las semanas se convirtieron en meses.

Y Acthelion ya no era el mismo. Su alegría se había esfumado. Constantemente se arrepentía de haber deseado tanto tener algo nuevo en su vida, pues su pérdida era el peor castigo que alcanzaba a imaginar.

Una noche estaba solo en la granja, pues su familia había ido a los festejos en honor a la llegada de la primavera. Él, como siempre en los últimos tiempos, no tenía ganas de fiestas y se había quedado contemplando las llamas de la chimenea. Y entonces le pareció escuchar algo al otro lado de la ventana».

¡El tintineo!― exclama Luria, feliz, y acto seguido se tapa la boca con la mano y mira a la elfa, como esperando una reprimenda. Pero ella sólo sonríe y asiente.

«Efectivamente, era el tintineo. El corazón de Acthelion dio un vuelco, y salió a toda prisa, esperando encontrarse con su amada. Pero lo único que había allí fuera era algo envuelto en hojas, enredaderas y flores. Se agachó a mirarlo, y su corazón dio otro vuelco al percatarse de que era un bebé, una pequeña niña elfa con los ojos y el cabello verdes como el corazón de un bosque.

Mientras la cogía en sus brazos, el tintineo llegó de nuevo a sus oídos. Alzó la vista y observó algo diminuto que volaba sobre él, una preciosa hada con la piel blanca como las nubes limpias, con los ojos y cabellos verdes como el corazón de un bosque».

 ¡Oh!― Luria parece encantada con el desenlace―. ¿Así que ella era un hada? ¿Y qué hizo Acthelion?

Eso ya no lo dice la historia… pero te lo contaré yo, pues conozco personalmente a Acthelion― la elfa apura su vaso y se pasa la mano por el pelo, negro y corto, en un gesto distraído―. Recuperó su alegría. Comprendió que su amada no podía quedarse con él, pues no estaba en su naturaleza. Y que ya le había demostrado su amor de la mejor manera en que los suyos podían hacerlo, dándole el mayor de los regalos.

Quizá es por cómo va vestida, con un vestido verde de corte infantil que deja parte a la vista y mucho a la imaginación, pero no puede dejar de mirarla. En este momento la desea más que a nada en el mundo, y por las sonrisas tímidas que ella le dirige es obvio que se ha dado cuenta.

La invita a cenar, pasan las horas, Bern y Luria se marchan. Y cuando ella se dirige a la habitación que tiene reservada, coge su mano y le conduce dentro.

El vestido infantil no dura demasiado tiempo puesto.

Y él enseguida comprende que esa pose inocente es pura fachada, pero no le importa. Una inexperta adolescente no tomaría la iniciativa de esta manera.

Ni le haría todas las cosas que ella le está haciendo.

Él le pregunta su nombre, pues ni siquiera se han presentado. Ella dice que eso es irrelevante, y siguen fundiendo sus cuerpos.

Él le dice que la ama, aunque acabe de conocerla. Ella sólo sonríe, y siguen fundiendo sus cuerpos.

Se queda dormido en sus brazos, deseando que ella no se aparte nunca de su lado. Y cuando despierta, tal y como había temido, está solo.

Le pregunta al tabernero, por si sabe algo sobre dónde ha ido. Éste le asegura que la vio salir al amanecer, aunque le había extrañado que su cabello ya no fuese negro, sino verde.

Verde como el corazón de un bosque.




Link de la imagen.

jueves, 31 de enero de 2013

Diez cosas que tengo que dejar de comprar

Voy a ver si escribiéndolo aquí me hago a la idea de que tengo fijación con diversas chorradas que tengo que dejar de comprar cuanto antes. 

No tengo mucho dinero, pero tampoco hay grandes gastos. No pago alquiler ni comida (algo bueno tiene que tener vivir todavía con mis padres), no salgo demasiado y cuando lo hago no gasto mucho, y no tengo gustos caros en ropa. Ahora mismo mi único vicio son las muñecas, pero con los regalos de cumpleaños y navidad (siempre me dan dinero porque no saben qué regalarme) y gastar menos en ropa y comidas fuera lo equilibro bastante bien. 

Pero a lo que iba... hay algunas cosas que sigo comprando de manera casi compulsiva cuando las veo. La mayoría suponen un gasto ínfimo (otras no tanto), pero si lo sumas todo al final podría llegar a comprarme alguna de esas cosas caras que quiero pero nunca me compro precisamente porque son caras (por ejemplo, una cámara de fotos en condiciones, que la mía está para el arrastre ya). Aquí va la lista:

1. MATERIAL DE PAPELERÍA


Me apasiona el material de papelería. Bolis de colorines, estuches, cuadernos, libretas... Es algo que no suele ser caro, y además es útil. El problema es que soy idiota. 
Me compro una libreta preciosa, con dibujitos y demás, y vuelvo a casa con ella toda emocionada. La dejo en el escritorio, la meto en un bolso, lo que sea. Y después me da pena usarla porque es demasiado bonita. Lo dicho, soy idiota. 
Los bolis y demás sí los utilizo, porque siempre me puedo comprar otro si se gasta (se ve que pienso que cualquier día van a dejar de fabricar libretas, pero bolis va a haber hasta el fin de los tiempos). Pero claro, ya no voy a clase, así que no hay apenas situaciones en que necesite 483254325 bolis de diferentes colores. 
Lo de las libretas es extensible a los cuadernos. Cuando necesito un cuaderno para algo, acabo comprando uno muy barato de tapas lisas y tristes, porque los 187463746 que tengo en casa son demasiado bonitos y no los puedo mancillar. Sin comentarios.


2. CACAO PARA LOS LABIOS

Sí, dentro tienen cacao. Tengo dos de estos.

Además de barras de cacao, me refiero sobre todo a esas cajitas tan monas con chisme para los labios con sabor a fresa, vainilla, chocolate, melón o albóndigas en vinagre. Me encantan. Y suelo tener los labios bastante mal, así que además tengo motivos para comprarlas. El tema es que tengo muchísimas, todas desperdigadas por bolsos, mochilas y sitios inimaginables, y cuando realmente necesito echarme algo en los labios nunca encuentro ninguna. 
Supongo que esto se soluciona con un simple problema de organización: buscarlas todas y después distribuirlas bien, pero lo que está claro es que no necesito comprar ninguna más.


3. CREMA HIDRATANTE


Tengo problemas en la piel y debería echarme crema hidratante varias veces al día. Por eso, cuando encuentro alguna que no es cara y huele bien, o tiene una caja bonita, o cualquier gilipollez por el estilo, a veces la compro.
Pero, como ya os habréis imaginado, casi nunca me echo crema porque me da una pereza horrible.


4. MAQUILLAJE


De vez en cuando veo una sombra de ojos que me gusta, y pa la saca. O un pintalabios, o lo que sea. No debería ser un problema, porque además no compro marcas caras.
Pero lo es, porque tengo en casa un montón de sombras y pintalabios y demás movidas. Y, por supuesto, también en casa de mi chico (pasó allí el 50% del tiempo, más o menos). No necesito más.
Y lo peor de todo es que, últimamente, a lo sumo me hago la raya en los ojos (siempre negra), un poco de rimmel y voy que chuto. Ni base de maquillaje, ni sombra, ni colorete, ni pintalabios ni nada. 
Si hablamos de los pintauñas, es aún peor. Tengo muchísimos, de un montón de colores. Me encantan, pero una buena parte del tiempo tengo las uñas mordidas e imposibles de pintar. Cuando las tengo bien siempre las llevo pintadas, pero no necesito más colores, tengo demasiados.


5. MINIATURAS

Esta es una de las mías,
Ixxen de Sphere Wars

Las miniaturas están muy bien. Me gusta jugar con ellas y pintarlas. Odio a muerte montarlas, pero es parte del proceso, hay que hacerlo y cada vez lo voy llevando mejor. 
Pero quizá debería plantearme montar y pintar las tropecientas que tengo sin terminar antes de comprar ninguna nueva.


6. PINTURAS PARA LAS MINIATURAS


Entre mi novio y yo tenemos un montón de pinturas. Como siempre pinto en su casa, guardo las mías allí. Con los colores que tenemos (y con muchos menos) podríamos crear cualquier tono que imaginemos, pero claro, voy a la tienda y veo ese maravilloso verde chillón, ese rosa chicle o uno de los 34583423 tonos de morado que existen en el mundo, y no puedo evitar comprarlo. 

Y luego apenas los utilizo, porque no quiero que parezca que mis terribles y devastadores ejércitos van al Desfile del Orgullo Gay en vez de a una cruenta batalla (que conste que la mayoría de veces no lo consigo).


7. MUÑECAS PARA CUSTOMIZAR


Está muy bien eso de customizar mis muñecas. Les pones pelo nuevo (es un coñazo horrible, pero el resultado mola), les pintas algún detallito de la cara, les haces la ropa... y tienes una muñeca totalmente original, a tu gusto y que además has hecho tú. Pero claro... todo eso hay que hacerlo, no te despiertas un día y la muñeca está terminada en la estantería por arte de magia.
En esto sí que me he plantado. No voy a comprar ninguna otra para customizar hasta que no termine al menos dos de las que tengo empezadas. 


8. TELAS
Foto de living on the crafty side of life

No compro muchas telas, pero de vez en cuando me da por ahí. Principalmente las compro para hacer vestidos para las muñecas o para hacer peluches, lo cual está muy bien. Es creativo, y la gente suele valorar los regalos hechos a mano. 
Pero siendo realista, el 90% de la ropa de muñeca que he hecho ha sido utilizando bragas de los chinos (limpias y sin estrenar, por si quedan dudas xD). Tienen estampados pequeños y son muy baratas. Y cuando quiero hacer un peluche, generalmente no me valen las telas que tengo en casa listas y preparadas para ello, y tengo que ir a comprar otra que sirva.
Conclusión: nada de comprar tela "porque es bonita" sin tener claro para qué demonios la voy a utilizar.


9. MIERDAS GASTRONÓMICAS


De vez en cuando no puedo evitar comprar mierdas. Gominolas, gusanitos, bollos, chocolate... todas esas cosas. Lo único que consigo con ello es, en este orden, gastar dinero en algo que no es duradero, sentirme horriblemente culpable y engordar. 


10. CAMISETAS Y CALCETINES


No me compro ropa a menudo, pero siempre son camisetas o calcetines. Por alguna razón absurda son las únicas prendas que puedo comprar sin sentirme mal. No te los tienes que probar. En una camiseta siempre cabes, si es suficientemente grande. No sales llorando de la tienda porque te ves como un ser amorfo. Y además son bonitos. ¿Quién pide más?
Necesito pantalones con urgencia, mucha urgencia. De sujetadores ya ni hablo. Y ando muy justa de sudaderas. Pero siempre que voy de compras porque necesito alguna de estas cosas, vuelvo a casa con una maldita camiseta. Y cada vez que voy al Rastro, traigo un cargamento de calcetines, simplemente porque son baratos y bonitos.


Hay más cosas, claro, pero estas son las diez que se me ocurren ahora. Quizá algún día haga una segunda parte del post.

domingo, 27 de enero de 2013

verde, 33, cabaña, jirafa, árbol, nadar, cabeza, cortaplumas, negro, rueda

No me juzguéis muy duramente, estoy muuuy oxidada.





En días como hoy suelo preguntarme dónde demonios habrán ido todas las cosas que sentía antes. Cuando era un adolescente, me bastaba ver que a cualquiera le iba mejor que a mí para ponerme verde de envidia, el más insignificante desengaño amoroso era suficiente para desatar el drama y el triunfo más absurdo me convertía en el rey del universo.

Ahora tengo 33 años y ya no me importa nada. 

Mi jefe tiene una vida que no se merece, hace mucho tiempo que sé que mi mujer ya no me ama, y mis triunfos… digamos que lo poco bueno que he hecho en esta vida ha pasado sin pena ni gloria.

Y me da igual. Es como si mi capacidad de sentir se hubiese marchado para siempre a alguna cabaña recóndita en medio del bosque, agotada de la sobrecarga emocional a la que era sometida. 

Quizá a todo el mundo le pasa. Me lo planteo cuando veo a mi madre estirar el cuello, como una jirafa que trata de llegar a la rama más alta del árbol, para mirar con escaso disimulo la terraza de los vecinos. Supongo que en algún momento su vida dejó de interesarle lo suficiente y tuvo que encontrar un sustituto.

También me lo planteo cuando observo a mi mujer nadar entre recuerdos que le taladran la cabeza. Cree que antes era más feliz, no se ha dado cuenta de que lo único que ocurre es que antes era capaz de disfrutar de esa felicidad.

Pero yo no encuentro nada a lo que aferrarme, ningún sustituto, ningún refugio. Probablemente es por falta de ganas… no tengo fuerzas para luchar contra la naturaleza. 

Sería como enfrentarse a un dragón con un estúpido cortaplumas

Hace tiempo, cuando lo veía todo negro y el dolor me zarandeaba como a una hoja en medio de un huracán, deseaba que los sentimientos tuvieran una rueda de intensidad, como la del volumen de un radiocassette. Entonces hubiera dado cualquier cosa por acallarlos, por un instante de paz, por dejar de sentir.

Ahora, cuando pienso en ello, casi deseo que ese dolor vuelva. 

Pero creo que en realidad ni siquiera me importa.



Link de la imagen

I´m back


Aquí estoy, tres años más tarde, intentando resucitar el blog. 

No tengo esperanzas de recuperar a mis antiguos lectores, simplemente quiero que esto me obligue a escribir. Hace mucho que no escribo, demasiado, y lo echo de menos. Es perturbadoramente narcisista echar de menos una parte de uno mismo, pero es lo que siento. Y, francamente, nunca me ha preocupado resultar perturbadora. 

Podría haber creado un nuevo blog, pero sigo siendo una maldita nostálgica que se reboza en su pasado, y eso sólo me dejaba la opción de continuar donde lo dejé. He hecho algunos cambios en el título y en la estética del blog. Me despido de los tonos negros y deprimentes y le doy la bienvenida a una de mis obsesiones actuales: los yetis. Es curioso que hable de "despedirme de las cosas deprimentes" viendo el nuevo título y la imagen que he elegido para esta entrada... pero tampoco he dejado de ser yo misma, por muchos colorines, ponies y muñecas que haya ahora en mi vida. 

Supongo que sería demasiado ambicioso por mi parte esperar que por abrir de nuevo el blog vaya a empezar a escribir como una loca, pero tengo que intentarlo al menos. Es una de las pocas cosas que sé hacer de forma aceptable y no quiero seguir desaprovechándolo así. 

Ya está bien por hoy de hablar de mí misma. Aunque también quiero utilizar el blog para contar cosas que me pasen o reflexiones absurdas, como hacía antes, espero que la próxima entrada sea un relato o algo que se le parezca mínimamente. 

Y que sea pronto.


Link de la imagen

jueves, 22 de abril de 2010

cerebro, gripe, amarillo, novia, civil, necrofilia, gato, barbitúrico, West End, mímico

Palabras de Garrido. Quizá podría ser una continuación del anterior...

He vuelto :)



Debería haberme tatuado tu voz el cerebro, cuando tuve la oportunidad.

Me gustaba escucharla en mi cabeza, aunque fuese una versión distorsionada de la real, como si tuvieras gripe. Me hacía daño, pero creo que era mejor que el regusto amarillo que la ha sustituido y la falsa calma que me trae. Mejor que este silencio de algodón.

No estaba tan mal ser el pobre loco que oía voces, que escuchaba a su antigua novia en su mente. No era peligroso, las voces no me decían que quemara cosas ni nada parecido, y nunca hubo que llamar a la guardia civil para que viniera a buscarme. No le hacía daño a nadie, porque siempre supe que en realidad no eras tú. Tu voz sonaba distinta porque sólo eran recuerdos. Versiones distorsionadas de la realidad, a veces mejores, a veces peores, amplificadas o reducidas. Nunca iguales.

Pero unos días cuesta más que otros fingir que todo va bien en tu vida y en tu mente. Y llega uno en que ni siquiera lo consigues un poco, y la gente se horroriza al verte, como si vivir entre recuerdos fuese una especie de necrofilia insana. Y te ves obligado a sonreír hasta que pareces el jodido Gato de Cheshire, pero ya es demasiado tarde.

Así que ahora estoy sumido en este sueño barbitúrico, saturado de fármacos amarillos que recubren el mundo de azúcar glas, y en mi mente sólo hay silencio.

Realmente me hubiera gustado tatuarme tu voz en el cerebro. Prefería estar triste y recordarte a creer que soy feliz y que te he olvidado.

Porque si nuestra vida fuese una de esas historias que solíamos ver en West End, tú te darías cuenta de que nadie te querrá nunca como yo y volverías conmigo. O yo me daría cuenta de que no puedo vivir sin ti y me suicidaría de una vez. Sería un final feliz o triste, dialogado o mímico; de un modo u otro, esto terminaría.

Pero en la vida real casi todas las cosas se quedan a medias.


Link de la imagen.