viernes, 18 de diciembre de 2009

Fábrica de Sueños


Hoy voy a hacer publicidad, pero extrañamente no es autopublicidad, sino que por una vez voy a dejar de ser egocéntrica y voy a hablar del blog de otra persona.

Si os gusta leer cosas decentes (aunque bueno, en ese caso no estaríais aquí), pasad por Fábrica de Sueños, el blog de Dama Blanca. Ya quisiera yo escribir así, carajo.

Enhorabuena por las 100 actualizaciones, y sigue así, que aunque no te lo creas eres muy buena.

Y a ver si alguna vez escribimos algo juntas, aunque sea una chorradilla corta.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Sé que esto es un sueño


Sé que esto es un sueño.

Sé que esto es un sueño, y aún así no consigo despertar. Y sé que nada de lo que hay a mi alrededor puede hacerme daño, pero me lo hace. Y sé que ella no eres tú en realidad, pero lo eres. Y me haces daño, aunque no puedas ni seas tú.

Sé que esto es un sueño, y es extraño que en realidad tú no seas esto que tengo delante, esto que duele y tiene dientes afilados y palabras más afiladas aún. Tus palabras siempre están pulidas, limadas con cuidado, forradas para que no hagan daño. Pero aquí son puras y se clavan. Son reales.

Sé que esto es un sueño, y aún así te sigo por los pasillos interminables, te sigo a cámara lenta, y tú ríes. Dueles. Y yo me esfuerzo en llegar hasta ti, porque entre nosotros sólo hay frío y dolor, y tú ríes. Recorro los pasillos llenos de dientes, cegado por esta oscuridad brillante, y tú ríes. Sé que nunca te alcanzaré, y aún así te sigo, y tú ríes.

Sé que esto es un sueño, y quizá tú seas otro. Quizá yo lo sea. Quizá sólo existe lo que veo ahora, esta realidad que duele y se clava y desgarra y susurra en la oscuridad. Que susurra cosas que duelen y se clavan y desgarran y susurran... Quizá sólo existe esta versión de ti. O quizá ni siquiera importe, porque ahora mismo dueles y yo sólo puedo concentrarme en el dolor.

Sé que esto es un sueño, y que mi otro cuerpo sigue respirando, pero me ahogo. En los pasillos con dientes el aire es espeso y viscoso y encharca mis pulmones, lo respiro y no me deja respirar. Tus ojos me inundan. Tu voz me asfixia. Tu risa me enmudece. No puedo gritar, pero te llamo a gritos, y tú ríes.

Sé que esto es un sueño, y que mi otro cuerpo no ve nada, pero me duele mirarte. En los pasillos eternos la luz es sangrante y gélida y desgarra mis ojos, mi propia sangre me ciega y sólo puedo mirarte. Tu presencia me destroza. Tu sonrisa me atraviesa. Tu mirada está hecha de dientes. No puedo ver, pero te veo, y tú ríes.

Sé que esto es un sueño, y ahora estamos los dos aquí en medio de la luz y los dientes y el dolor, y mi sangre se escurre entre tus dedos y mi mente se escurre entre tu risa. Y yo sólo quiero tocarte, pero el tiempo se dilata, el pasillo se alarga, y tú ríes. Y te alejas, y dueles, y yo sólo quiero sentirte.

Sé que esto es un sueño.





Link de la imagen

viernes, 27 de noviembre de 2009

Teorías absurdas que no lo son tanto (II): La alimentación de los osos panda


Parece que me ha gustado esta sección estúpida del blog... ya me cansaré. Pero hasta entonces, os daré el coñazo.

Hace unos cuatro o cinco años, hablando con mi amigo Juanqui, encontramos otra teoría absurda que no lo era tanto. En realidad hemos tenido montones de conversaciones surrealistas en que hemos acuñado montones de ellas, pero estas cosas se olvidan si no las apuntas (cosa que estoy empezando a solucionar, por el momento) y ahora mismo sólo me acuerdo de esta.

Pues eso, a lo que iba... hace cuatro o cinco años, un día debatíamos sobre el asunto del peso. Yo sostenía que no es bueno comer hierba, que las vacas sólo comen hierba y están muy gordas, así que tiene que ser malo (sí, sé que también comen pienso, pero algo tenía que decir para defenderme). De las vacas acabé pasando a los pandas, cómo no... Los pandas comen sólo bambú, prácticamente (por eso, entre otras cosas como sus extraños hábitos de reproducción, están en peligro de extinción). Y están gordos. El bambú no debería engordar, porque al fin y al cabo es un tipo de hierba; es como si alguien comiese sólo lechuga y pesase 200 kilos... no es muy lógico.

Así que llegamos a la conclusión de que los pandas hacen trampa, porque se puede engañar muy fácilmente a la gente con el bambú, que es hueco. Parece que comen bambú, así a secas, pero en realidad comen bambú relleno de magdalenas. Eso explica que estén tan gordos.

Para otra teoría absurda que no lo es tanto sobre pandas, mirad aquí. Y ya de paso me autopublicito.



Y aquí está el link de donde he sacado la foto de este bicho tan majo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Teorías absurdas que no lo son tanto (I): La creación del mundo



En los momentos más absurdos es cuando salen las mejores teorías. La prueba de ello es que este sábado estaba con Jorge (mi chico, novio, pareja, o como léxicamente queráis llamarlo) en un camino que salía de un pueblo perdido en Ciudad Real, llamado Horcajo de los Montes y que estaba al lado de otro pueblo llamado Retuerta del Bullaque (cuyo nombre da para escribir todo un ensayo; lo cierto es que el día anterior, en el camino en coche, hubo una divagación previa, de la que puede que acabe hablando otro día, sobre de dónde vienen los nombres de los pueblos en general... pero me estoy yendo por las ramas). El caso es que ese camino llevaba a un lugar que se llamaba la Chorrera y que era una especie de cascada muy potita y herposa. Y me sigo yendo por las ramas...

Lo que quiero tratar ahora es que, en la primera parte de ese camino (cuando aún era semi-asfaltado y sin ir campo a través, es decir, como se ve en la foto) empezamos a hablar de uno de esos temas trascendentales que normalmente se tratan en momentos poco trascendentales; en concreto, de la creación del mundo.

Todo comenzó, según creo, cuando Jorge me habló de una vez que unos amigos y él habían dicho que quizá somos el experimento olvidado o fallido de una raza superior. Ya sabéis, se empieza el experimento con ilusión, y cuando se ve que es una mierda, se deja aparcado. Esto explicaría por qué algunas civilizaciones, como la egipcia, parece que recibieron ayuda externa. La conversación pasó a mi antigua visión religiosa; ahora me considero agnóstica, pero mis padres son religiosos y he ido a un colegio de monjas, así que tengo un pasado católico. En mi adolescencia, antes de dejar de creer del todo, pasé por una etapa en la que imaginaba a dios como un niño jugando con una granja de hormigas. Es fácil de imaginar, ¿no? El niño mira las hormigas a ver qué hacen, de vez en cuando les echa comida o salva a alguna de alguna muerte segura o terrible desgracia, y pasa bastante del tema en general.

Y esto dio lugar a la teoría que quería explicar aquí desde un principio... tres párrafos después. Jorge sugirió que quizá dios creó el universo, y se dedicaba a hacerlo funcionar tranquilamente. Pero dios, como mucha gente, tenía un hijo. Un niño porculero que no le dejaba en paz; intentaba meter mano en lo que hacía, preguntaba todo el rato y berreaba por motivos diversos y variopintos. Y dios, hasta los huevos del crío, le dio un planeta de los más pochos para que jugase con él y le dejase vivir un rato.

El planeta, por supuesto, era el nuestro. Empezamos a divagar los dos, y todo dio lugar a diferentes e inquietantemente lógicas afirmaciones:

― Al principio había muchos milagros y se notaba la mano del creador en el mundo, porque el niño estaba encantado con su juguete nuevo y no paraba de trastear con él. Con el tiempo fue perdiendo interés, como todos los críos (y adultos), y por eso cada vez está todo más descuidado y no hay milagros ni intervenciones divinas ni leches en vinagre.

― Animales absurdos, como los dinosaurios o el ornitorrinco, son una clara muestra de un niño pequeño aprendiendo a usar la plastilina. Que todo, aún hoy en día, funcione tan espantosamente mal es otra clara muestra de que el niño en cuestión no era demasiado hábil.

― Cosas como el Diluvio Universal, la caída de Adán y Eva y de Babilonia, las plagas y otros espantosos castigos divinos fueron fruto de la mente despiadada de un niño cabrón, que cogía rabietas con cualquier cosa, siempre que sus pequeños muñequitos no le obedecían. Poco a poco, esas cosas empezaron a traérsela floja.

― Hubo un momento en el que niño quiso interactuar con nosotros, así que se creó un avatar (evidentemente, Jesucristo) y se metió en el mundo. Su padre le había regañado y le había explicado que no se podían traer plagas malignas ni matar gente así a saco por las buenas, sino que todo se solucionaba con el amor al prójimo y otras pijeces, así que decidió intentarlo. Lo intentó, y le salió mal. Sus propias creaciones lo asesinaron cruelmente... así que decidió resucitar. Y vengarse.

― Y se vengó de los judíos, por supuesto. ¿De dónde creéis que salió Hitler?

―Los recursos naturales se están agotando porque el niño se olvida de cargar el planeta.

― Los deja vu son los puntos en que el crío cojonero graba la partida, y cada vez que tenemos uno es porque la ha cargado desde ahí.


Y creo recordar que esas son todas las ideas extrañas que salieron... si recuerdo alguna otra, la añadiré (o si Jorge se acuerda cuando le obligue a leer este tocho tan largo que me ha salido). Sé que dejamos la conversación en los deja vu, porque seguidamente empezamos a desvariar sobre ellos... pero eso, queridos lectores, será en otra entrega de Teorías absurdas que no lo son tanto.

lunes, 26 de octubre de 2009

Eso era amor


Le comenté:
― Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
― ¿Te gustan solos o con rimel?
― Grandes, respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Ángel González

jueves, 22 de octubre de 2009

Más idioteces


Ganas de matar a Dama Blanca aumentando... pero como esto trata de hablar de mí misma, que me encanta porque en el fondo soy una egocéntrica, pues vamos a ello. Se supone que tengo que contar siete rarezas o costumbres extrañas mías... no se me ocurren tantas ahora mismo, así que a ver qué sale de aquí.

1. Me dan un asco horrible los pies masculinos. No es que los de las mujeres me gusten, pero los tolero. Esto implica que me da repeluses ver a un tío con sandalias, y muchísimo más que me toquen con un pie (en determinadas situaciones esto llega a ser un problema xD). No sé de dónde viene, pero es un odio visceral.

2. Me da dentera tocar algodón. Suena estúpido, pero soy incapaz de partir una bola de algodón, tengo que pedirle a alguien que lo haga por mí.

3. Me sigo disfrazando cada Halloween (y cuando tengo ocasión el resto del año) a pesar de tener ya una edad respetable.

4. Prefiero escribir a mano que en el pc, aunque racionalmente sé que en el ordenador es mucho más cómodo y que de todas formas lo voy a tener que acabar pasando ahí. Pero me encanta tener un boli en la mano (o mejor aún, un lápiz) y moverlo sobre un cuaderno.

5. Muchas veces hablo con los objetos (mi móvil, la nevera, cualquier cosa que tenga cerca) como si fueran personas.

6. Esto podría ser una extensión de lo anterior... durante un par de años, no hace mucho, llevaba a todas partes a mi amigo Bernie, incluido el trabajo, bodas, etc. Bernie es el calcetín orejudo que aparece en la foto.

7. No soporto el té. Sabe a culo. Ni el pimiento, ni la leche sola, ni el marisco. Todo sabe a culo. Ah, y tengo alergia al huevo, que no sé si sabe o no a culo.


Y bueno, aunque al empezar no se me ocurrían siete, ahora que he estado pensando tengo muchas más en mente... pero bueno, como sólo son siete, os jodéis y os quedáis sin saberlas xD

jueves, 15 de octubre de 2009

Idioteces en general


Hoy odio especialmente a Dama Blanca por nominarme para estas chorradas xDD Pero bueno, lo haré, porque ya va tocando actualizar y mi musa sigue putrefacta y abandonada en una cuneta.




1.- Cuéntanos una fantasía y con quién lo realizarías.
No dice qué tipo de fantasía... así que, por ejemplo, me gustaría ir a Monkey Island y conocer a Guybrush Treepwood, al caníbal Caralimón y al mono de tres cabezas. Y he dicho conocer, no fornicar.
Aunque Guybrush tiene su punto xD

2.- Cuéntanos una situación comprometida, divertida, que te avergonzara, etc.
Pues he tenido muchas, pero voy a contar una que avergonzó a mi madre más que a mí. Íbamos por un mercado de estos de toda la vida donde venden comida y tal, y mi madre tenía que comprar en la pescadería. Yo me quedé mirando los pulpos, que estaban ahí espatarraos, y dije a voz en grito señalando: «¡Mira, mamá! ¡Tienen ojete!».
Y sí... sé que es una anécdota normal cuando tienes 8 años, pero yo tenía más de 20...

3.- Un amor prohibido con detalles escabrosos.
Nunca he tenido un amor prohibido, soy así de sosa. Ni con detalles escabrosos tampoco, creo... no he estado con tíos casados, ni que practicaran necrofilia, ni con sacerdotes, ni na de na.

4.- Cómo sería tu amante perfecto/a.
Últimamente estoy aprendiendo a valorar como se merece el hecho aparentemente simple de que un tío te trate bien.
Pero si nos ponemos más quisquillosos y exigentes, pues por ejemplo... un bardo/danzarín sombrío de nivel 14 pelirrojo, tísico, algo emo y de sexualidad ambigua xD

5.- Confiésanos tus zonas erógenas.
Las mismas que tiene toda mujer de raza humana, creo.

6.- Qué te resulta más sensual de tu amante.
Que lleve un disfraz de mono sepsi, como Dama Blanca.

7.- Una canción para hacer el amor.
No me gusta tener banda sonora, prefiero ponerla personalmente. A los vecinos les encanta.

8.- Un lugar para hacer el amor.
Un barco pirata no estaría mal.

9.- ¿Alguna comida o bebida afrodisíaca?
Fresas. Y grog.

10.- ¿Con qué blogger tendrías un affair?
Si Christian Bale, Johnny Depp, Josh Holloway o Hugh Jackman tienen blog, haría un esfuerzo...




No nomino a nadie porque yo soy buena persona, no como otras... para la próxima entrada prometo resucitar a la musa (es decir, ponerme a escribir y dejar de pendonear por ahí todo el día).

jueves, 24 de septiembre de 2009

Criaturitas, de Douglas Coupland

Esto es un fragmento de La vida después de Dios, de Douglas Coupland (el escritor que acuñó la conocida como «Generación X»). Este texto me inspiró para escribir mis cuentos de animalitos (podéis encontrarlos con la etiqueta «Criaturitas»), y tengo que ponerlo aquí como homenaje. Si alguna vez consigo publicarlos, espero no tener problemas legales para poner esto como prólogo.


Así que, de improviso, dije lo primero que se me pasó por la cabeza y te conté la historia de Gaficán.
― ¿Gaficán?― preguntaste.
― Sí, Gaficán… el perro que lleva gafas.
Y luego me preguntaste que qué hacía Gaficán, y no se me ocurrió nada aparte del hecho de que llevaba gafas.
Insististe y por eso te contesté:
― Verás, estaba previsto que Gaficán fuera uno de los protagonistas de la serie de libros Un Gato en el Sombrero, lo que pasaba…
― ¿Qué era lo que pasaba?― quisiste saber.
― Pues que tenía problemas con la bebida – contesté.
― Lo mismo que el abuelo― dijiste tú, encantada de poder establecer una conexión con la vida real.
― Eso me parece.


Como después quisiste oír otra historia sobre animales, te pregunté si sabías algo de la Ardilla Ardillizada. Respondiste que no. De modo que continué:
― Bien, pues Ardillizada iba a hacer una exposición de cuadros de bellotas en una galería de arte de Vancouver, pero…
― ¿Pero qué?― preguntaste tú.
― Pero la señora Ardillizada tuvo ardillitas y entonces se vio obligada a conseguir un trabajo en la fábrica de mantequilla de cacahuete, y nunca pudo terminar su obra.
― Oh.


Hice una pausa.
― ¿Quieres que te cuente algo más de otros animales?
― Pues sí― respondiste con cierta ambigüedad.
― ¿Sabes quién era la Gatita Chispa?
― No.
― Bien, pues Chispa algún día llegaría a ser estrella de cine. Pero recibió tantas facturas de su MasterCard que tuvo que ponerse a trabajar de cajera en el Banco Hong Kong de Canadá para pagarlas. No había pasado mucho tiempo, cuando ya era demasiado mayor para tratar de convertirse en estrella de cine, o perdió la ambición de serlo, o ambas cosas. Y vio que era más fácil limitarse a hablar de ello en lugar de hacerlo de verdad…
― ¿Y qué?― me preguntaste.


― Nada, pequeña― dije yo, interrumpiéndome de golpe; repentinamente sentí más espanto del que puedas imaginar por haberte llenado la cabeza con semejantes historias; historias de hermosas criaturitas que estaban destinadas a formar parte de un cuento de hadas pero que se perdieron por el camino.



Imagen escaneada del libro.

jueves, 17 de septiembre de 2009

OVNI, pie, gafas, Olimpiadas, lejía, tía, rintintín, DVD, cerdo, sandalia

Palabras de Ichi, aka Ignacio.


¿Sabes qué es lo peor de todo? No, no lo sabes, y podría asegurar que tampoco te importa, pero te lo diré de todas maneras. Lo peor es que te echo de menos. Y no lo entiendo. Es absurdo, es como... como si alguien que hubiera sido abducido estuviese deseando volver al OVNI para que le metan de nuevo la sonda anal.

Y es que es extraño, pero no fueron tus mayores putadas las que me dieron pie a largarme, sino esas manías estúpidas que me sacaban de quicio. Que te limpiaras las gafas constantemente; joder, la mayoría de las veces ni siquiera estaban sucias. Que cada vez que yo recogía algo vinieras detrás a arreglarlo porque no lo había hecho bien. Que montases un pollo cuando utilizaba tus vasos y cubiertos personales e intransferibles.

Odiaba vivir inmersa en unas Olimpiadas de limpieza. Odio que todos los recuerdos que deberían haber sido agradables estén impregnados de olor a lejía. Créeme, cariño, me jodió menos enterarme de que te estabas tirando a otra tía que el rintintín que utilizabas para echarme en cara que no había fregado bien los platos.

Oh, pero ambos sabemos muy bien que llegará el día en que tu nueva zorrita se canse de que le grites cada vez que no coloque un DVD según tu fantástico orden alfabético. Llegará el día en que descubra que, pese a tu fachada de limpieza, eres un auténtico cerdo.

Y ambos sabemos que ese día vendrás a buscarme. Y yo estaré, más o menos, donde Cristo perdió la sandalia.



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martes, 15 de septiembre de 2009

pomelo, tubo de escape, argentino, campanario, calvo, sombra, cd, diamantes, lista de la compra, dientes

Este es el primer relato de estos que escribí, hace ya años. Las palabras me las puso Laura. No lo había subido porque no me gusta mucho cómo me quedó, pero me daba penita dejarlo ahí solo... soy una sentimental, en el fondo.




A veces olvidaba por qué le quería tanto. Las dudas se asomaban por su mente de pronto, sin avisar, escarbando con sus ponzoñosas garras, dejándole una insoportable sensación de vacío. Siempre en el momento más absurdo, como aquel, mientras miraba el solitario pomelo que quedaba en el frutero y se decía que ya iba siendo hora de pasar por el mercado.

Pero era fácil desterrar esas malditas dudas. Sólo tenía que recordar…

Recordar aquel tiempo en que el sonido más feliz en su vida era el ruido del tubo de escape de su moto cuando iba a buscarla al colegio y le decía lo preciosa que estaba con el horrible uniforme de cuadros. Paseaban juntos cerca de La Almudena, y él siempre se picaba porque a ella le encantaba el acento argentino del chico que solía vender flores bajo el campanario. Al ver lo guapo que era le entraba inseguridad y empezaba a decir que ya no le querría cuando fuese viejo y calvo, y ella le besaba y le aseguraba que sí hasta que la sombra de miedo desaparecía de sus ojos. Eran tiempos mágicos, en los que un cd grabado por él le parecía un regalo mil veces mejor que un anillo de diamantes.

Sus recuerdos felices alejaron las dudas, como hacían siempre, y siguió con la lista de la compra con una dulce y bonita sonrisa. Al menos todos los golpes que le había dado cuando esa felicidad acabó habían dejado intactos sus dientes.



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sábado, 5 de septiembre de 2009

Autopublicidad


Pues sí, es hora de autopublicitarme.

Y no me refiero al blog emo que creé hace poco para mis poemas de casquería (aunque, ya de paso, podéis visitarlo si os apetece en http://poemasdecasqueria.blogspot.com/ ), sino a otro blog sobre corrección de textos que estreno hoy. Aún está en semi-construcción, así que quizá cambiemos alguna cosilla.

Ante todo, tengo que darle las gracias a Laura por haberme hecho el blog (tanto el blog como la web), porque los que me conocéis sabéis que soy una inútil con estas cosas. Además de haber quedado muy chulo, ¡tiene monos!

A muchos de los que me leéis aquí no os interesará mucho, pero si tenéis alguna duda lingüística alguna vez, os animo a que me la preguntéis a través del blog.

¡Ah! Y si tenéis una tesis que corregir, una novela, cualquier cosa... dadme trabajo, leche.


Aquí os dejo el link del blog: http://www.correctorfreelance.es/blog/

Y el de la web, ya que estamos: http://www.correctorfreelance.es/

jueves, 3 de septiembre de 2009

Urjente rreforma ortografika

Este texto puede verse en diferentes sitios de Internet, no cito la fuente original porque no tengo ni idea de cuál es. Sé que a los que no sois unos frikis obsesivos de la lengua no os hará mucha gracia, pero no he podido evitar ponerlo...




La Real Academia de la Lengua dará a conocer próximamente la reforma modelo 2000 de la ortografía española. Esta columna obtuvo, con carácter exclusivo, un documento reservado que revela cómo se llevará a cabo dicha reforma.

El programa tiene alguna inspiración, al parecer, en un plan quinquenal que alguien propuso para la germanización del inglés. Será, pues, una enmienda paulatina, que entrará en vigor poco a poco, para evitar confusiones.

La reforma hará mucho más simple el castellano de todos los días, pondrá fin a los problemas de ortografía que tienden trampas a boxeadores, economistas y arquitectos, y hará que nos entendamos de manera universal quienes hablamos esta noble lengua.

De acuerdo con el expediente secreto, la reforma se introducirá en las siguientes cinco etapas anuales:

1) Supresión de las diferencias entre c, s, z y k. Komo despegue del plan, todo sonido parecido al de la k (este fonema tiene su definición téknika lingüístika, pero konfundiría mucho si la mencionamos akí) será asumido por esta letra. En adelante, pues, se eskribirá kasa, keso, Kijote. También se simplifikará el sonido de s en este úniko signo. Kon lo kual sobrarán la c y la z: «el sapato de Sesilia es asul». Desapareserá la doble c y será reemplasada por x: «Tuve un axidente en la Avenida Oxidental». Grasias a esta modifikasión los españoles no tendrán ventajas ortográfikas por su estraña pronunsiasión de siertas letras.

2) Se funde la b kon la v, así komo la ye kon la elle. No existe en español diferensia alguna entre el sonido de la b larga y la v chikita. Por lo kual, a partir del segundo año, desapareserá la v y beremos kómo bastará con la b para ke bibamos felises y kontentos. Pasa lo mismo kon la elle y la ye. Sobra la elle. Todo se eskribirá con y: «Yébeme de paseo a Sebiya, señor Biyar». Esta integrasión probokará agradesimiento general de kienes hablan kasteyano, desde Balensia hasta Bolibia. Toda b será de baka, toda b será de burro.

3) Erre es erre; fuera la hache; fusión de g y jota. A partir del tercer año, y para mayor konsistensia, todo sonido de erre se eskribirá kon doble r: «Rroberto rregala un rradio». Asimismo, la hache, kuya presensia es fantasma en nuestra lengua, será eliminada.

Nuestros ijos ya no tendrán ke pensar kómo se eskribe «sanaoria», y se akabarán esas complikadas y umiyantes distinsiones entre «echo» y «hecho».

Ya no abrá ke desperdisiar más oras de estudio en semejante kuestión ke nos tenía artos. Tampoko en la diferensia entre la g y la j, ke muchas beses suenan igual. Aora todo ba con jota: «El jeneral jestionó la jerensia». No ay duda de ke esta sensiya modifikasión ará que ablemos y eskribamos todos con más rregularidad y más rrápido rritmo.

4) Abolisión de tildes; muerte a konsonantes finales. Orrible kalamidad del kastellano, en jeneral, son las tildes o asentos. Esta sancadiya kotidiana jenerará una axion desisiba en la rreforma; aremos komo el ingles, que a triunfado unibersalmente sin tildes. Kedaran eyas kanseladas desde el kuarto año, y abran de ser el sentido komun y la intelijensia kayejera los ke digan a ke se rrefiere kada bocablo.

Berbigrasia: «¡Komo komo komo komo!». Tambien seran proibidas siertas konsonantes finales ke inkomodan y poko ayudan al siudadano. Asi, se dira: «¿ke ora es en tu relo?», «As un ueko en la pare» y «La mita de los aorros son de eya».

5) Eliminasion de la d interbokalika del partisipio pasao y kanselasaion de artikulos. El uso a impuesto ya ke no se diga «bailado» sino «bailao», «nacido» sino «nacio» y «venido» sino «venio». Kabisbajos aseptaremos esta kostumbre bulgar, ya ke es el pueblo yano el ke manda, al fin y al kabo; desde el kinto año kedaran suprimidas esas des interbokalikas ke la jente no pronunsia. Ademas, y konsiderando ke el latin no tenia artikulos y nosotros no debemos inbentar kosas que nuestro padre latin rrechasaba, kasteyano karesera de artikulos. Sera poko enrredao en prinsipio, y ablaremos komo futbolistas yugoslabos, pero despues niños, niñas de kolegios, beran ke tareas eskolares rresultan mas fasiles.

Profesores terminaran benerando akademikos ke an desidio aser rreformas klabes para ke seres umanos ke bibimos en nasiones ispanoablantes gosemos berdaderamente idioma de Serbantes y Kebedo.

Eso si: nunka aseptaremos ke potensias estranjeras token kabeyos de letra eñe.

Eñe rrepresenta balores mas elebados de tradision kultural ispanika y primero kaeremos kadaberes ke aseptar bejamenes a simbolo ke a sio korason bibifikante de istoria kastisa.

¡Kon eñe ay lus en poterna y guardian en eredad!



Y, si habéis llegado al final, un link de regalo.



martes, 1 de septiembre de 2009

panecillo, jabalí, buñuelo, apocalipsis, páncreas, campamento, eones, radiactivo, filo, bellota

Palabras de Raúl.



Hasta aquella mañana no pensaba que fuera posible odiar tan intensamente algo tan estúpido como un panecillo.

Pero ahí estaba, sentado a la mesa del desayuno, contemplando aquel trozo de pan con mermelada como si tuviese la culpa de todas sus miserias. En su mente se sucedían imágenes de los comics de Astérix en las que aparecían esos entrañables galos devorando alegremente un jabalí. No esperaba tanto, pero qué menos que un donut, o un simple buñuelo. No un puñetero panecillo cubierto de triste mermelada de ciruela.

Las cosas estaban saliendo espantosamente mal últimamente, y el desayuno no era ninguna excepción.

En realidad el apocalipsis había estallado unos meses atrás, cuando le detectaron un cáncer de páncreas al abuelo. Fue entonces cuando sus padres enloquecieron de pronto y no atinaban a hacer nada medianamente lógico. Incluso enviaron a Miguel a un campamento todo el verano, para que no se enterara de lo que ocurría, y no intentaron hacer lo mismo con él porque hacía eones que había sobrepasado la edad para eso.

Pero lo peor fue que se quedaron mirando sin más cómo el abuelo se iba deteriorando día a día; la gota que colmó el vaso fue cuando consintieron que le metiesen ese brebaje radiactivo en las venas. Y al final, viendo que no reaccionaban, lo tuvo que solucionar él mismo.

Como los cuchillos del hospital apenas tienen filo, no le había quedado más remedio que asfixiarlo con la almohada.

Y como sus padres tenían la inteligencia de una bellota, le habían denunciado.

Así que ahí estaba, sentado a la mesa del desayuno, rodeado de presos. Culpando de todo al puñetero panecillo con su puñetera mermelada de ciruela.


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sábado, 29 de agosto de 2009

mirar, hablar, palabras, único, casa, tele, monja, salir, fotos, perra

Estas palabras son de mi amiga Gema, le estoy cogiendo el gustillo a esto... aún tengo 7 pendientes, pero se admiten más peticiones.





Cada momento que pasa estoy más desvinculada de todo, y a veces eso me asusta.

Pero es que no sé de qué sirve mirar alrededor, mirar a alguien, si al echarle un vistazo a mi propia vida sólo veo sombras. Sombras grandes, que lo envuelven todo, que son tan frías que me congelan las ganas de hablar. Y aún así las palabras salen, mecánicamente, palabras de autómata en conversaciones de autómata, sin ningún otro propósito que el de mantenerme dentro de esta puta normalidad que nos rodea.

Y ya ni siquiera sé qué es normal y qué no, ni sé si alguna vez lo he sabido. Tú eras lo único que me hacía sentir como una persona real, el ancla que me sujetaba al mundo, y ahora que no estás me distancio, me desdibujo, pierdo consistencia. Nuestra casa se ha convertido en un conjunto de paredes aleatorias y yo soy el fantasma que las habita.

Porque sin ti me siento tan ficticia y bidimensional como cualquier personaje de dibujos animados de la tele. Tan ilusoria e irreal como la monja muerta que escuchábamos gemir dentro de las paredes del colegio.

Sin ti me siento como un producto de mi propia imaginación.

Sé que debería salir más. Conocer gente. Dejar de tantear tus fotos con la esperanza de encontrar una entrada en ellas. Olvidarme de ti y de la perra a la que ahora haces sentirse real.

Volver a ser tangible.

Pero es que no sé de qué sirve mirar alrededor, mirar a alguien, si al intentar echarle un vistazo a su vida me ciegan mis propias sombras.

Cada momento que pasa estoy más desvinculada de todo, y cada vez me importa menos.



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miércoles, 19 de agosto de 2009

punción, guitarreo, hecatombe, buzón, cagada, desvestir, hiena, regurgitado, quiosco, intravenoso

Otro de palabras, para acabar con mi vaguería crónica. Esta vez son de mi amigo Dani.




Su voz es tan agradable como una punción lumbar.

No para de hablar en lo que me recuerda a un monótono guitarreo de música pop. No es sólo la voz, sino también el tono. No es sólo el tono, sino también lo que dice. Hace más de cuarenta minutos que finjo que escucho. Ella no para de hablar, yo no dejo de asentir. Me siento dentro de una de esas estúpidas telecomedias de los 70 sobre matrimonios que no se soportan.

Miro por la ventana de la cafetería y deseo que suceda algo, aquí y ahora. Un atraco. Un terremoto. Un holocausto zombi. Una hecatombe de cualquier tipo, en este preciso instante. Lo que sea, con tal de tener una excusa para salir huyendo.

La he reconocido antes por su boca de buzón de correos que por el vestido amarillo que aseguró que llevaría. Al menos las fotos eran reales. No es guapa, pero tiene algo... o lo tenía hasta que empezó a hablar. En cuanto se abrió el buzón de correos me di cuenta de que todo esto ha sido una gran cagada. Era un iluso al pensar que el irritante sonidito del messenger puede sacarle a uno de quicio; no es nada comparado con su voz. Bendita comunicación escrita.

Debería haber aprendido de mis experiencias. En el 90% de estas citas ni siquiera llego a desvestir a la chica. O ella me horroriza, o no se presenta, o ni siquiera es una chica. Cuando me pregunto por qué lo sigo intentando (cosa que he hecho unas mil veces en estos cuarenta minutos), la única respuesta que encuentro es que mantengo la esperanza de subir ese 10%.

Su risa me hace pensar en una hiena devorando algo previamente regurgitado.

Se me quitan las pocas ganas que podían quedarme de seguir con esto, y me voy de allí tras murmurar una excusa. Ella me mira marchar con ojos de gacela indefensa, casi parece bonita de nuevo ahora que está callada. Un precioso, amarillo y triste buzón.

Al salir paso por delante de un quiosco y echo un breve vistazo a la portada de una revista. Pone que «el cyberviolador» lleva más de tres semanas sin atacar, y yo sonrío mientras juego con mi jeringuilla de flunitrazepam intravenoso dentro del bolsillo.

No sé cómo quieren que trabaje, si las chicas cada vez son más estúpidas.



Si alguien quiere proponerme 10 palabras, le hago un relato tonto de estos.

Link de la imagen.

viernes, 14 de agosto de 2009

La pinchadora malvada




Mi musa emo ha vuelto a fingir su muerte (prefiero pensar eso a que esté muerta de verdad), lo que implica que llevo siglos sin escribir nada. Así que, como todos estáis deseando… voy a dedicar la actualización de hoy a contar mi vida.

Ayer tenía que hacerme unos análisis. No es que me esté muriendo (o eso creo, porque aún no tengo el resultado), ha sido simplemente porque mi madre se ha empeñado en que me los haga. Fue ella la que me pidió hora en el médico, y por lo que me ha contado, la conversación debió de ser más o menos así:

Mi madre: Quiero pedir hora para que mi hija se haga unos análisis, que últimamente ha adelgazado mucho.

Médico: ¿Pero ha adelgazado sin hacer nada?

Mi madre: No, está haciendo dieta.

Médico: ... entonces es normal que adelgace... (Inserte aquí expresión manga de gota de sudor en la frente)

Volviendo al tema, me dan mal rollo las agujas y nunca me han gustado mucho estas cosas, pero lo llevo más o menos bien. O, mejor dicho, lo llevaba.

Hasta ahora.

Comenzaré con el análisis de orina. Mear en un bote parece fácil... pero como estoy medio loca y tengo bloqueos mentales extraños, para mí no lo es tanto. Me levanto antes de las 8 de la mañana... y no hay manera de mear. Ni abriendo grifos, ni nada. Y con unas ganas tremendas, porque me hinché a agua por la noche precisamente para que me resultase menos complicado.

Cuarenta minutos después, sigo sin mear y ya es la hora de irme. Conclusión: tengo que mentir cual puta y decirle a la tía del ambulatorio que me ha bajado la regla por la noche y por eso no he llevado la muestra. A ver si cuela y el médico no me la pide de nuevo.

Me hacen pasar a hacerme el análisis de sangre. La tía es novata, pero no me preocupa mucho, ya me pinchó una novata otra vez y lo hizo bien. Me pide que le dé el brazo derecho, y yo se lo tiendo amablemente y miro para otro lado, porque me da mucho yuyu verlo. Después de un rato buscando la vena sin éxito, me dice que le dé el otro. «Empezamos bien», pienso. Aún no sé cómo va a acabar aquello, por suerte para mí.

Le doy el otro brazo, y después de buscar durante lo que me parecen mil años, noto el pinchazo. La tía está rajando con la de al lado sobre las vacaciones. La aguja sigue dentro. Yo juraría que estas cosas duran menos, al menos las otras veces. También juraría que duelen menos.

Unos dos o tres minutos más tarde, la aguja sigue ahí clavada, y la tía sigue contando no sé qué leches sobre la hija de no sé quién. Yo no sé lo que está pasando porque sé que si miro me voy a marear, pero duele un cojón y medio, y encima la tía pasa del tema.

Y, de pronto, dice: «Huy... se ha roto».

«¿Qué coño se ha roto?», pienso yo, y cuando noto salir la aguja me atrevo a mirar y la veo con cara de «oops», poniéndome una gasa grande sobre el pinchazo, y sujetándola con esparadrapo. Las otras veces me ponían una gasita pequeña, o un algodón, y no la sujetaban. Ni decían que nada se hubiese roto. Y no dolía.

«Te va a salir un huevo aquí», me dice, tan tranquila. En ese momento quiero matarla. Lo peor es que luego le dice a una compañera: «¿Te importa acabar tú?». La miro, flipando, y le pregunto si no ha terminado. Y la tía me enseña tres tubos, uno lleno, uno vacío y otro a medias, y SONRÍE. «No, queda la mitad... es que se ha roto la vena cuando estaba llenando este».

Ni puedo contestar, porque empieza a darme de to sólo de pensar en que tienen que pincharme otra vez. Llega la otra y me pide el brazo derecho. Se lo doy, acojonada, y cuando me quiero dar cuenta, noto el pinchazo en la MANO. Los tubos tardan más en llenarse que cuando lo hacen en el brazo, y duele más (bueno, duele poco en comparación con la escabechina que me ha hecho la otra antes), pero por lo menos ninguna parte vital de mí se rompe esta vez y todo acaba felizmente. La primera ha desaparecido, supongo que para que no la mate al salir.

A ver, yo entiendo que no se nace sabiendo, y que la gente tiene que aprender a pinchar bien. También entiendo que mis venas son difíciles de encontrar, siempre tardan un poco. Pero coño, las otra vez que se me había dado la combinación novata-venas con +50 en sigilo, la muchacha al menos se concentró en el tema y no se distraía rajando con la compañera mientras.

Así que llego a casa blanca, con el brazo izquierdo semivendado y un pinchazo en la mano derecha. Y meándome. Mi madre flipa al verme, y yo le digo que los próximos análisis se los hará Perry.

lunes, 27 de julio de 2009

Asfixia, de Chuck Palahniuk

Aunque resulta evidente, tengo que decir que este texto no es mío. Acabo de terminar Asfixia de Chuck Palahniuk (el autor de El club de la lucha, entre otros libros), y no me queda más remedio que copiar aquí uno de sus capítulos. No es ningún spoiler, porque es uno de los primeros, un recuerdo del protagonista.
La novela va de un adicto al sexo y de su mierda de vida en general, no os cuento más por si os da por leerlo (lo recomiendo, por si no quedaba claro).



La luz que usaba el fotógrafo era cruda y proyectaba sombras muy oscuras en la pared de bloques de cemento que tenían de fondo. Una simple pared pintada en el sótano de alguien. El mono parecía cansado y tenía manchas de sarna. El tipo estaba en mala forma, pálido y con michelines, pero estaba ahí, relajado y agachado, abrazándose las rodillas con los brazos y con la tripa de chucho colgando, mirando a la cámara por encima del hombro y sonriendo.

«Beatífico» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

Lo que al niño le gustó primero de la pornografía no tenía que ver con el sexo. No eran las fotos de gente guapa follando entre sí, con las cabezas echadas hacia atrás y poniendo aquellas caras de orgasmo fingido. Al principio no fue eso. Ya había encontrado un montón de fotos en internet antes de saber qué era el sexo. Tenían internet en todas las bibliotecas. Tenían internet en todas las escuelas.

Igual que uno puede mudarse de una ciudad a otra y encontrar siempre una iglesia católica y una misa que es la misma en todas partes, el niño siempre pudo encontrar internet, no importaba a qué hogar de adopción lo enviaran. Lo cierto es que si Jesucristo se hubiera reído en su cruz, o si hubiera escupido sobre los romanos, si hubiera hecho algo más que limitarse a sufrir, al niño le hubiera gustado mucho más la Iglesia.

Lo cierto es que su página web favorita no era especialmente sexy, al menos no para él. En ella uno encontraba simplemente una docena de fotografías de un tío regordete vestido de Tarzán con un orangután aturdido y entrenado para ir metiendo algo que parecían cacahuetes tostados por el culo del tío.

El tío tenía el taparrabos de piel de leopardo apartado a un lado y la goma elástica de la cintura hundida bajo los michelines de la cintura.

El mono estaba agachado, con el siguiente cacahuete a punto.

No tenía nada de sexy. Y, sin embargo, el contador mostraba que más de medio millón de personas habían visitado la página.

«Peregrinaje» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

El mono y los cacahuetes eran algo que el niño no podía entender, pero en cierta forma admiraba a aquel tío. El niño era estúpido, pero se daba cuenta de que aquello era algo que se le escapaba. La verdad era que la mayoría de la gente ni siquiera se atreverían a dejar que un mono los viera desnudos. Les aterraría el aspecto que pudiera tener su ojete, que pudiera tener un aspecto demasiado rojo o acolchado. La mayor parte de la gente no tendría agallas para agacharse delante de un mono, mucho menos de un mono y una cámara y varios focos, y en caso de hacerlo primero tendrían que hacer un trillón de abdominales, ir a una cabina de bronceado y cortarse el pelo. Después pasarían horas agachados delante de un espejo intentando encontrar su mejor perfil.

Y luego, por mucho que no fueran más que cacahuetes, uno tendría que permanecer relajado.

La mera idea de hacer audiciones con monos era aterradora, la posibilidad de ser rechazado por un mono tras otro. Seguro que puedes pagar bastante dinero a una persona para que te meta cosas dentro o te haga fotos. Pero un mono. Un mono siempre es sincero.

Tú única esperanza sería contratar a aquel mismo orangután, que es obvio que no era muy exigente. O eso o estaba excepcional- mente bien entrenado.

La cuestión es que todo esto sería mucho menos interesante si uno fuera guapo o sexy.

La cuestión es que en un mundo donde todo el mundo tiene que estar guapo todo el tiempo, aquel tío no lo era. Ni el mono tampoco. Y lo que estaban haciendo no era bonito.

La cuestión es que el sexo no fue la parte de la pornografía que enganchó al niño estúpido. Fue la confianza. El valor. La falta total de vergüenza. La comodidad y la sinceridad genuina. La franqueza que permitía a alguien ser capaz de salir allí y contarle al mundo: Sí, así es como decido yo pasar una tarde libre. Posando aquí con un mono metiéndome cacahuetes por el culo.

Y no me importa el aspecto que tengo. Ni lo que vosotros penséis.

Así que apañaos como podáis.

Al insultarse a sí mismo estaba insultando al mundo.

Y aunque el tío no se lo estaba pasando en grande, su capacidad de sonreír y de mantener el tipo resultaba todavía más admirable.

De la misma forma que todas las películas porno implican a una veintena de personas fuera de plano, cosiendo, comiendo bocadillos y mirándose el reloj mientras otra gente está desnuda y tiene relaciones sexuales a unos pocos metros de distancia…

Para el niño estúpido aquello fue una iluminación. Llegar a estar en el mundo tan cómodo y lleno de confianza sería el nirvana.

«Libertad» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

Aquella era la clase de orgullo y seguridad en sí mismo que el niño quería tener. Algún día.

Si fuera él el que saliese en aquellas fotos con el mono, las miraría todos los días y pensaría: Si puedo hacer esto, puedo hacer cualquier cosa. No importa a qué más te enfrentes, si puedes sonreír y reírte mientras un mono te mete cacahuetes en un sótano húmedo de cemento con alguien sacando fotos, bueno, cualquier otra situación será pan comido.

Hasta el infierno.

Cada vez más, para el niño estúpido, esa era la idea…

Que si había bastante gente mirándote, nunca más ibas a necesitar la atención de nadie.

Que si algún día te desenmascaraban y quedabas lo bastante expuesto, nunca más ibas a poder esconderte. No habría diferencia entre tu vida pública y tu vida privada.

Que si uno adquiría bastantes cosas, si lograba bastantes cosas, ya nunca querría poseer o conseguir nada más.

Que si uno podía comer o dormir lo bastante ya nunca necesitaría más.

Que si te quería bastante gente, nunca más necesitarías amor.

Que alguna vez se podía ser lo bastante listo.

Que algún día se podía conseguir suficiente sexo.

Todas estas se convirtieron en las nuevas metas del niño. En las ilusiones que habría de tener para el resto de su vida. Aquellas eran las promesas que vio en la sonrisa del tipo gordo.

Así que a partir de entonces, siempre que estaba asustado, triste o solo, todas las noches que se despertaba presa del pánico en un nuevo hogar de adopción, con el corazón latiendo a toda prisa y la cama mojada, cada día que empezaba la escuela en un vecindario distinto, cada vez que la mamaíta volvía a buscarlo, en cada habitación roñosa de motel, en cada coche de alquiler, el niño se acordaba de aquellas doce mismas fotos del hombre gordo agachado. Del mono y los cacahuetes. Y aquello tranquilizaba al mocosillo de mierda. Le mostraba lo valiente, fuerte y feliz que puede llegar a ser una persona.

Que la tortura es tortura y la humillación es humillación solamente si uno elige sufrir.

«Salvador» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

Y es divertido ver cómo cuando alguien te salva, lo primero que quieres hacer es salvar a otra gente. A todos los demás. A todo el mundo.

El niño nunca supo cómo se llamaba aquel tipo. Pero nunca olvidó aquella sonrisa.

«Héroe» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

martes, 14 de julio de 2009

Música y luz

Me ha dado guerra, pero al fin lo he acabado... va para Dama Blanca.
Y, por supuesto, para K.




Sus pensamientos se esparcen. Sabe que están a punto de hacerle comprender algo esencial, algo que hará que su percepción cambie para siempre, pero se desparraman por el borde antes de terminar de formarse. La mayor parte son de un tono negro amarillento e infectado, podridos de verdades, y casi escucha el chapoteo grumoso que hacen al resbalar. Y de vez en cuando surge uno de un color brillante, limpio y sedoso, que quizá sea una ilusión o quizá otra verdad, una buena, que también abandona su cabeza antes de revelarse. No chorrean al alcanzar el borde, sino que escapan flotando. Son del mismo material que la música; todas sus canciones están hechas de un cúmulo de esos pútridos pensamientos negros, y en algunas hay uno o dos jirones verdes, o rojos, que es lo que le da magia al resto si se teje correctamente. Una canción totalmente hecha de pensamientos brillantes sería algo tan puro que no debería existir.

Y siguen brotando. Y se alejan de su alcance, sin llegar a ser formulados. A medida que la combinación de mimai, belladona y whisky va inundando su interior, los pensamientos negros van desapareciendo completamente. Abre los ojos. Ahora ve con claridad. Ya no hay dolor. Ni físico ni tampoco el otro, el que desgarra. El mundo ya no está teñido de sombras.

Y ella brilla. Al ritmo de las luces de ambos. Sus ojos están cerrados y una sonrisa plateada le da fuerza a su rostro. Sabe que ella también lo siente. Que por un instante ambos son dioses, que pueden hacer cualquier cosa.

Ella levanta los párpados en una explosión azul. Tal vez dice algo. Tal vez él responde. No importa. Es tan hermosa que está hecha de música.

Y quiere oírla sonar más cerca. Quiere vivir vidas enteras a su lado. Toda ella es un pensamiento puro, eterno, libre, y sus manos le ayudan a deshacer la barricada de tela que los aleja. Nada debe separarlos, nunca. Necesita fundir su melodía en la suya, empaparse en su luz, perderse en el susurro azul de su mirada. Desterrar las sombras para siempre.

Y ella las espanta con la música que emana de su cuerpo infinito. Y él paladea ese cuerpo con las manos, lentamente, como afinando un instrumento. La hace sonar. Siente que la carga de música pura que la invade la obliga a estremecerse, y comprende que debe extraer una parte para liberarla, para que la melodía quede repartida entre ambos. Para que su propia música deje de estar podrida y compuesta de coágulos de pensamiento infectado.

Aparta la suave cascada roja que cubre su rostro y se funde en el torrente que surge de sus labios. Deja que la melodía lo llene, y ahora es ella quien paladea su cuerpo con las manos y lo hace sonar, pero su música continúa estando desafinada. Sus antebrazos arden, necesita liberarse de las vendas que llevan tantos años formando parte de sí mismo. Ella lo sabe porque él lo sabe y las retira mientras su torso susurra contra el suyo. Él permite que lo haga aunque jamás se haya entregado antes hasta tal punto. Y con ello se disuelven los últimos vestigios de negrura que quedaban en su interior.

Ella observa las huellas que las sombras han dejado en sus brazos y de sus ojos brota espuma azucarada. Él quiere decirle que ya no importa. Quiere decirle que las sombras ya no existen, que ella las ha hecho huir, pero no dice nada. Suena para ella sin palabras, y cuando la luz plateada la envuelve de nuevo sabe que lo ha comprendido.

Va acariciando los acordes sin prisa, siguiendo las descargas de música pura que recorren su espina dorsal. Ahora es él quien marca el ritmo, y ella lo acata; sus hombros se arquean hacia atrás, sus labios contienen el aliento, sus dedos le dibujan luces en la espalda. Sus pechos saben a puesta de sol.

Encuentra el origen de su canción y ella se estremece con una violencia armónica. Toca cada una de las notas, primero despacio, después aumenta la cadencia, según le dicta la melodía que ambos están componiendo. Detiene el remolino de caricias y ella le rodea las caderas con las piernas para conducirlo hacia su interior. Y él se deja guiar, porque mientras estén fundidos el uno en el otro las sombras no regresarán. Ni tampoco el dolor. Se cobija dentro de ella, se diluye en su claridad hasta que todo lo demás se desvanece, hasta que sólo existen ellos y su canción. Y el tiempo se detiene, o tal vez se acelera. O tal vez las dos cosas.

Las descargas de luz agitan todo su cuerpo, lo hacen temblar al ritmo del resplandor que los envuelve.

Y ella brilla cada vez más, gime en su oído, pronuncia un nombre, quizá es el suyo. Pero ahora él no es ningún nombre. Él es música. Los dos lo son.

Y los dos sienten que la canción está a punto de terminar, que las notas se precipitan hacia un final cada vez más inexorable. Sus miradas se funden tanto como lo están sus cuerpos, se entrelazan, tratan de retrasarlo. Pero es inútil; ella concluye su parte en una súbita y lenta sacudida. Él toca un último y vertiginoso acorde casi al unísono. El estallido los deja inundados de música, desbordados de luz.

No quiere soltarla, porque sabe que si lo hace las sombras volverán. Siempre vuelven, son parte de él. Así que permanecen aferrados, enlazados, diluidos el uno en el otro. Sumergidos en el eco de esa canción totalmente hecha de pensamientos brillantes, tan pura que no debería existir, pero que ha existido para ellos.




La imagen es de Victoria Francés, con algún retoque muy pequeño hecho por mí en Photoshop (las uñas, la oreja y las cicatrices del brazo del personaje masculino). Aquí está la original.

miércoles, 1 de julio de 2009

Descenso al inframundo



Esta historia ya la conté en mi Fotolog, con fecha del 31 de marzo, pero todos sabemos que cualquier día te pueden censurar la cuenta por cualquier chorrada, y además últimamente no le hago mucho caso. En otras palabras, que no quería perder la ida de olla que escribí este día, así que lo siento para los que lo veáis repetido.

Es el apasionante relato de mi primera búsqueda de un gimnasio
.


Pues resulta que hay dos gimnasios en mi barrio, o lo que yo pensaba que era mi barrio. Ayer por la tarde fui alegremente a preguntar precios y a informarme, después de que mi madre me hubiera explicado donde estaban. El primero lo encontré sin problemas. El precio estaba bien, pero el sitio no me gustó demasiado, era muy pequeño y había pocas máquinas. Así que decidí ir en busca del segundo.

La única información que tenía al respecto es que estaba en una piscina a la que iba cuando era pequeña, y cuyo camino no recordaba en absoluto. Mi madre me dijo: «tú bajas toda nuestra calle, y luego tuerces a la izquierda en el Paseo de los Olivos y ya te lo acabarás encontrando».

Pues ahí iba yo tan feliz, bajando toda mi calle. Aquí tengo que hacer un inciso, para aclarar algo sobre mi barrio. No es de los mejores de Madrid precisamente, pero tampoco es que sea lo peor... al menos donde yo vivo. Mi calle sale de una relativamente importante que se llama Paseo de Extremadura. Yo vivo en el 5, así que la civilización de la zona conocida y comercial aún llega hasta mi casa. Pero a medida que se va avanzando en la calle, uno baja al inframundo. Unos números por debajo de mi calle, aquello parece un pueblecito. Unos cuántos números más abajo, parece un pueblecito de los chungos. Y abajo del todo, parece otra dimensión al más puro estilo lovecraftiano, con seres malvados y realidades alternativas no demasiado amistosas.

Al rato ya estaba en el Paseo de los Olivos, y fui avanzando hasta sumirme más y más en esa dimensión paralela. Y aquello no se acababa nunca, y la piscina no aparecía. La gente con la que me cruzaba era cada vez más rara. Luego dejé de cruzarme con gente, directamente. Y aparecí en medio de un cruce de carreteras surrealista, que llevaba a una especie de parque enorme/bosque maligno plagado de profundos.

Ahí admití mi derrota... y llamé a mi mamá por teléfono para decirle que me había perdido. Después de las risas de rigor por la inutilidad de su hija a la hora de orientarse, le describí donde estaba y me dijo que ya me había pasado la piscina hacía rato.

Así que volví. Y por el camino de vuelta, vi una tapia de forma sospechosa... le pregunté a una señora (el primer ser vivo sin tentáculos con el que me crucé en todo ese rato) por el gimnasio, y me dijo que lo habían cerrado hace tiempo. Me cagué en todo, pero no me extrañó; seguro que todos los clientes habían sido sacrificados en ritos extraños o devorados por primigenios.

Y entonces descubrí que hay algo peor que bajar al inframundo; subir desde el inframundo. Porque lo de subir es literal, mi calle hace una cuesta enorme desde un poco por debajo de mi casa hasta el final. 90 malditos números de cuesta infernal. Me alegré más de que el gimnasio ya no estuviera, porque sólo con volver de él cada día haría suficiente ejercicio para una semana. Pero al final conseguí llegar viva a mi casa. Con un pulmón menos, pero viva.

Y aquí acaba la odisea. Ahora me toca buscar gimnasios en otros barrios, preferentemente en nuestra propia dimensión.

Conclusión: esto de la vida sana es una puta mierda xD

lunes, 29 de junio de 2009

Los Otros se lleven a Orange

Debería haber contado esto hace semanas, pero soy una maldita vaga y no lo he hecho... qué os voy a decir sobre mi vaguería que no sepáis ya. Así que, aunque tarde, os voy a contar la bonita historia de cómo los capullos de Orange me dejaron una semana sin Internet.

Todo empieza una tarde, después de comer. Pongo el portátil y no se conecta a Internet... y hago todas las cosas típicas de Enjuto Mojamuto (reiniciar, apagar y encender el router, etc). Mi madre me ve en el proceso y me dice que mi hermano tampoco tenía conexión por la mañana... y paso a lo siguiente, llamar al servicio técnico de Telefónica, que es la compañía con la que lo tenemos.

Allí me dicen que «es que ya se está cursando la portabilidad». Y yo flipo, claro. Le aseguro a la tía que no nos estamos cambiando de compañía, y ella insiste en que sí, que les consta que nos hemos dado de alta con otra... consigo que me diga que es Orange.

El siguiente paso es llamar a Orange con ganas de cortarles las pelotas. Después de varias llamadas en las que no conseguíamos hablar con nadie, nos dicen que tenemos contratado un servicio con ADSL, televisión y teléfono... tócate los huevos. Al decirles que eso es mentira, nos piden el DNI de mi padre (el titular de la línea), y resulta que no tiene nada que ver con el que tienen ellos. Ni el nombre, ni nada. Y encima no nos quieren decir el nombre que les figura. Pedimos que nos den de baja, y nos dicen que eso sólo puede hacerlo el titular, y que el DNI no se corresponde... pa matarlos. Al final la solución parece ser enviar una carta por correo, que a saber cuándo llega y a saber si lvan a leer.

Llamamos otra vez a Telefónica... y dicen que no pueden darnos de alta otra vez mientras Orange no nos de de baja... una juerga. Nos piden que les enviemos un fax con unos datos y que expliquemos ahí lo que ha pasado, a ver si lo pueden agilizar... pero que la cosa está jodida.

Ganas de matar aumentando. Más llamadas a Orange, incremento de las ganas de matar... lo peor es que los días siguientes nos están llamando para traer a casa el router... y varias veces. A una operadora se le escapa que el titular es un tal Miguel Molina, que no nos suena de nada, y la dirección tampoco tiene nada que ver. Nos dan un móvil, que ni siquiera existe... vamos, que un comercial aburrido o que no llegaba a los mínimos del mes había decidido inventarse unos datos y dio la casualidad de que puso nuestro teléfono, el muy cabrón.

En una de las llamadas de Orange (que esta vez hacen ellos, para ver por qué hemos pedido la baja... sin comentarios) le dicen a mi madre que tiene que enviar una fotocopia del recibo de Telefónica, para acreditar que realmente lo tenemos contratado con ellos... y mi madre le dice «y para conseguir los datos de mi marido y el número de cuenta, ya de paso...». No sé cómo se puede tener tanto morro, de verdad.

Al final nos lo arreglan, una semana más tarde... desde Telefónica.

miércoles, 10 de junio de 2009

Huyendo de la soledad (3)

Así es como buscaba sentirse. Aunque la habitación está totalmente oscura, puede distinguir sin problemas el cuerpo de Adrian bajo la sábana. Le acaricia la espalda sin despertarle, con más ternura de la que suele atreverse a mostrar en sus relaciones. El brazo del muchacho le rodea la cintura y tiene la cabeza apoyada en su pecho, así que no puede moverse mucho, pero no le preocupa. Se limita a saborear el momento, sin dejar que el sueño lo venza.

Adrian se había quedado dormido enseguida, quizá con ayuda del sonido de su respiración; según le dijo Ophet en cierta ocasión, abrazada a él por la espalda, es relajante.

«¿Volveré a verte?», había preguntado con los ojos casi cerrados ya. Él había asentido y le había asegurado que sí en un acto reflejo. Es lo que siempre dice en estos casos y le sale de forma natural, a pesar de que la mayoría de las veces no tiene ninguna intención de darle una segunda parte a la historia. Normalmente sólo busca un placer momentáneo, en ocasiones también la sensación de afecto que llega justo después.

Sabe que no está bien haber utilizado a un chico tan joven para paliar su sentimiento de soledad y vacío. Nunca un desconocido le había mirado con tanta adoración, raras veces encuentra una entrega tan completa. En los ojos de Adrian se ve que aún tiene ilusiones, que todavía cree que el amor puede llevarse a buen puerto. Pero en el fondo es mejor para él que comprenda cuanto antes cómo es en verdad el mundo, especialmente en estas cosas.

Acaricia el cabello rubio del chico, con lástima. Y recuerda su voz al cantar la noche anterior, su sonrisa tímida, sus ojos verdes aún limpios de realidad, su cuerpo temblando de miedo y excitación a un tiempo.

Y algo se mueve dentro de él, y comprende que quizá está historia sí tendrá segunda parte.

miércoles, 3 de junio de 2009

Huyendo de la soledad (2)

― ¿Puedo?― señala un taburete vacío en la mesa del chico, con una sonrisa sesgada.
― S…sí… claro…― acierta a decir éste, y clava la vista en sus propias manos después de lanzarle una breve mirada azorada.
― Espero no molestarte, es que no he podido evitar fijarme…― hace una pausa deliberada mientras toma asiento lentamente, alargando cada movimiento de un modo casi felino―. Tienes una guitarra muy bonita.
― No…no, no molestáis, señor.
― No soy ningún señor… ni necesito que me llamen de vos.
― Perdonad… digo, perdona― el chico sonríe un poco y sus ojos verdes se desvían a su guitarra―. Es una herencia familiar, mi tío era bardo.
― Parece muy buena― observa el instrumento, que es realmente de calidad―. Supongo que la cuidarás bien.
― Claro que sí, la limpio todos los días, y le afino las cuerdas― su timidez se va transformando en orgullo.
― ¿Y la tocas?― ladea la cabeza y se echa un poco hacia delante―. Sería una lástima que no lo hicieras.
― A veces…― vuelve a sonreír, tímido de nuevo.
― ¿Podría escucharte? Me gusta la música.
― ¿Aquí?― mira aterrado a su alrededor.
― ¿No has venido para eso?― se echa otra vez hacia atrás, ampliando su sonrisa, y apoya la barbilla en la mano derecha.
― Bueno, sí, pero… me da vergüenza. Hay demasiada gente.

«Me lo acabas de poner en bandeja», piensa, y se la juega esperando no haberse precipitado.

― Podemos ir a un sitio más tranquilo…― hace otra pausa deliberada―… a escuchar tu música. Sólo si tú quieres, claro.

El muchacho duda, como si debatiese algo consigo mismo. Le mira un segundo a los ojos, armándose de valor, y él le sostiene la mirada sin perder la sonrisa sesgada, para evitar así que baje la vista una vez más.

― Está bien― asiente finalmente, y se muerde el labio en un gesto de nerviosismo.

El camino hasta su casa es bastante fácil. El muchacho parece algo reacio a meterse en el barrio convicto, pero se tranquiliza al asegurarle que con él no le sucederá nada malo. Es demasiado sencillo convencerle. Sólo lleva una daga en el cinturón, y se deja llevar a un barrio peligroso por un desconocido armado. Ha tenido suerte de topar con él y no con cualquier delincuente.

Abre la puerta y le hace un gesto para invitarle a entrar al salón. Últimamente ha estado bebiendo demasiado; el suelo está lleno de botellas, frascos vacíos de las pociones de Max y papeles arrugados con intentos de nuevas canciones. El chico mira a su alrededor con curiosidad y toma asiento sobre los cojines del suelo, en respuesta a un amplio ademán suyo que señalaba éstos y la silla. Él se sienta a su lado, mantiene una distancia suficiente para no causarle incomodidad.

― Adelante― asiente con la cabeza, cruza las piernas y deja el estoque enfundado a un lado, lejos de ambos―. Imagina que estás solo, así te será más fácil.

El muchacho pone la guitarra en su regazo y toma aire, tratando de paliar el nerviosismo. Cierra sus ojos verdes y comienza a tocar, al principio de forma vacilante, pero va ganando seguridad poco a poco. Es una canción popular, conocida simplemente como La Canción del Bardo, que casi todo el mundo ha escuchado alguna vez. Se nota que está aprendiendo y que no está acostumbrado a tocar en público, sobre todo por la falta de confianza, pero su voz es bonita y es evidente que tiene un buen potencial. Cuando acaba la última nota lo mira con timidez, esperando su reacción. Él le vuelve a sonreír.

― Lo haces bien. Si sigues practicando llegarás a ser muy bueno…― deja la frase a medias―. No me has dicho tu nombre.
― Adrian…
― Un placer, Adrian. Yo soy Reger.
― ¿Reger? – el chico abre los ojos como platos, poniéndose tenso―. ¿Reger el bardo?
― Pues… sí, supongo, no creo que haya más con mi nombre― está sorprendido, no esperaba que le fuese a reconocer.
― Pero… vos… he oído que sois muy bueno― enrojece de nuevo―. Dicen cosas increíbles de vos, y también que… que…
― ¿Qué es lo que dicen de mí?
― Nada― afirma con tono tajante, bajando la vista, mientras su rostro adquiere el color de un tomate maduro.

«Que me gustan los hombres, eso es lo que dicen».

― Sólo soy un músico más, como tú. Y creo que ya habíamos comentado lo de hablarme de vos…
― Lo siento… dioses, he tocado delante de vos… de ti… te habrá parecido de lo más mediocre, y…
― Lo has hecho muy bien― le interrumpe―. No sé qué habrás oído de mí, pero te aseguro que no soy uno de los grandes, como Aldur Lavannah, Iowan de Marco o Arganos Growen.
― ¿Podrías…? – reúne valor para concluir la frase―. ¿Podrías tocar algo?
― Imagino que es lo justo, una canción por otra― asiente, mientras Adrian le tiende tímidamente su guitarra.

Toca unas notas sueltas, para familiarizarse con el instrumento, y después comienza a interpretar una de sus canciones. La primera que tocó en Tel al regresar, en aquella hoguera que ya no existe.


Concluye y le devuelve la guitarra, mirándole a los ojos. El chico le sostiene la mirada, como en trance, antes de parpadear un par de veces.

― Eres incluso mejor de lo que dicen― asegura, casi en un susurro. Le roza la mano un instante al coger la guitarra, sin querer, y la retira como si estuviese cargada de electricidad.
― ¿Cuántos años tienes, Adrian?― le dice en voz baja, y se aproxima un poco.
― Diecisiete…
― Es una buena edad para…― se humedece los labios―… empezar a tocar en serio.

El chico reacciona ante su cercanía; puede percibir su excitación en su forma de respirar. Y eso hace que aumente la suya.

― Yo… nunca… ― empieza a decir Adrian, con el deseo patente en sus ojos―. Nunca he estado con un hombre.
― Eso no importa― le susurra, acercando el rostro a su oído―. Lo único que importa es si quieres.

La respiración del muchacho se agita, está asustado pero al mismo tiempo le cuesta contenerse. Sabe que debe tratarlo con cuidado, entiende perfectamente por lo que está pasando.

― ¿Quieres…?― le besa suavemente la oreja, muy despacio.

Adrian cierra los ojos y asiente; un simple vistazo le muestra que su excitación es más que obvia. Evitando ser brusco, acaricia su cabello rubio con delicadeza y une sus labios a los suyos.

Huyendo de la soledad (1)


-->Sale de la solitaria casa en silencio y encamina sus pasos al puerto, pasando desapercibido en el conflictivo barrio en que se encuentra. Nunca ha hecho esto en su ciudad, porque hasta ahora no lo ha necesitado, pero supone que será aún más sencillo que en otros lugares. Aprovecha un momento en que pasan varios marineros cerca para salir de las sombras sin llamar mucho la atención y abre la puerta de Los Pechos de Sutherna con suavidad. Un vistazo le muestra que dentro no hay nadie que lo conozca demasiado, y se encamina a una mesa algo apartada con paso lento y provisto de cierta cadencia. Es un papel que ha interpretado ya bastantes veces y que siempre se le ha dado bien.

Desde que regresó a Tel-Arras, sobre todo en los últimos meses, se ha acostumbrado más de la cuenta a estar rodeado de gente conocida. Y ahora que parece que todos se han puesto de acuerdo para desaparecer, se siente solo de un modo en que hacía tiempo que no se sentía. Su música le ha servido como tabla de salvamento, ha sido algo a lo que aferrarse durante días, pero necesita algo más. Un tipo de alivio que la música no es capaz de proporcionarle.

Se sienta en el taburete y se recuesta contra la pared, cruzando una pierna sobre la otra en una pose ligeramente afeminada. Alza una mano para llamar a la camarera mientras deja que el cabello rojo caiga sobre su rostro y lo oculte en parte. Le da a cada uno de sus gestos el toque exacto entre amaneramiento y languidez, sabiendo cuál es la medida justa para no pasarse.

Pide un whisky, en voz tan baja que obliga a la camarera a inclinarse hacia él para escucharle. Cuando se lo sirve bebe un pequeño sorbo, y después lo deja en la mesa y se desabrocha un par de botones de su camisa negra y verde. Ahora sólo queda esperar; nunca le ha gustado el papel activo en estas situaciones, y nunca ha tenido la necesidad de tomarlo.

La primera en acercarse es una joven con aspecto de marinera, con la piel tostada por el sol y cabello corto y castaño. Le dedica una sonrisa, se sienta en el taburete que hay frente al suyo sin pedir permiso siquiera y deja su vaso sobre la mesa.

― ¿Qué haces aquí tan solo?
― Estoy tomando una copa, como todos – alza la mirada, con media sonrisa, y le da un nuevo trago a su whisky.
― Si te apetece puedes tomar otras cosas, en compañía― la chica ladea la cabeza con expresión pícara.
― Lo siento, guapa… pero creo que te equivocas de persona― se aparta un poco el pelo de la cara, con un gesto deliberadamente amanerado, sin dejar de sonreír.
― Ya lo imaginaba, pero aún así tenía que intentarlo― lo mira de arriba abajo antes de levantarse y volver con su grupo―. Una verdadera lástima…

El siguiente es otro marinero. Un semielfo que llega casi a la madurez, de pelo castaño cobrizo y aspecto rudo. De los que no admitirían sus gustos en público ni bajo amenaza de muerte. Le dirige una mirada penetrante, seguida de un rápido y casi imperceptible movimiento de cabeza hacia la salida; un gesto que con el paso de los años ha aprendido a interpretar muy bien. Cuando se ganaba la vida con esto, lo principal era la discreción.

Valora la oferta durante unos segundos y finalmente niega suavemente y vuelve a mirar hacia su vaso, para romper el cruce de miradas. Sabe que hubiera sido algo rápido y posiblemente violento, casi con certeza contra la pared de algún callejón. No le desagrada ese tipo de encuentros, y el semielfo no carece de cierto atractivo, pero no es lo que está buscando en este momento. En este momento necesita…

… algo como aquel chico. No se había fijado aún en él porque parece esforzarse en pasar desapercibido, aferrado a su guitarra en un rincón, como si le faltase el valor para tocarla. No tiene más de dieciséis o diecisiete años, y mira tímidamente a su alrededor con unos grandes ojos verdes enmarcados en un rostro de rasgos bonitos y delicados. Esboza una sonrisa al darse cuenta de cómo le recuerda el muchacho a sí mismo, años atrás, cuando su maestro Arion se había acercado a su mesa con intenciones bastante diferentes a las que tiene él ahora.

La camarera pone un vaso delante del chico, y al inclinarse deja a la vista un generoso escote, pero el muchacho se limita a hacer un gesto de asentimiento, sin fijarse siquiera. Ese detalle termina de decidirle, así que alza la cabeza y lo mira abiertamente. El chico repara en él, sostiene su mirada un instante y se sonroja acto seguido, para enseguida bajar la vista.

Se dice que no tiene por qué tomar siempre el papel pasivo; se levanta despacio y se dirige a su mesa, con el vaso en la mano y sin amaneramiento ya en sus gestos.