viernes, 24 de abril de 2009

La maleta

Otro ejercicio, este de un taller literario al que fui este verano. Teníamos que hacer una lista de cosas raras y absurdas que pudiera haber en una maleta y luego pasársela a un compañero, de forma que cada uno escribía el relato con la lista de otro. Y había que crear al personaje que llevase esa maleta, y que sonase verosímil... cosa altamente jodida. Algunas de las demás escribieron verdaderas maravillas, pero sólo puedo poner el mío xD




Vaya viaje, por todos los dioses. Aún no puede creer que ya se encuentre dentro del taxi, de camino a casa, y que dentro de un par de horas a más tardar estará en su cama. No cuenta con dormir toda la noche de un tirón; imposible, teniendo en cuenta los estragos que ha causado en su estómago el país de las pirámides. Pero se conforma con la simple idea de tumbarse. Aunque va a tener que ser sin pijama. Uno de los que tiene seguirá dentro de la cesta de la ropa sucia y el otro está dentro de la maleta que, cómo no, han extraviado los de la compañía aérea. Por fin cobra sentido la teoría de su madre de que hay que tener más de dos pijamas. Siempre le había parecido una estupidez.

Espera que se la devuelvan, algún día. Dentro están los recuerdos que ha comprado, para sí mismo y para regalar: una figurita de Anubis que el vendedor se había empeñado en golpear repetidamente contra el mostrador del puesto, para demostrar que era de auténtica obsidiana… como si eso le importara a él. Una baraja de poker con los rostros de Osiris, Isis, Horus y Set como figuras. Un pergamino con el nombre de Carolina escrito con jeroglíficos, a ella le encantan esas chorradas. Y un hueso de goma para su odioso caniche peludo y pulgoso. Para Ricardo, un escorpión de plástico y una pizarra de juguete con jeroglíficos tallados en el marco. Se supone que el insecto típico de allí es el escarabajo, como bien se encargará de decirle Marta cuando vaya a buscar al niño el próximo fin de semana, pero qué coño, sólo tiene seis años. Qué más le da. Seguro que ni siquiera sabe que un escorpión no es un insecto, y apostaría a que Marta tampoco.

¿Qué más llevaba en la maleta? Las cosas importantes están en la mochila, que descansa a su lado en el asiento del taxi. Hace memoria, para tratar de ignorar el maldito dolor de estómago y la cada vez más imperiosa necesidad de llegar a un baño. Hablando del tema… se ha dejado dentro la barra de mortadela a medias, que es lo único que ha podido comer en los dos últimos días. Sólo de pensar en ella lo asalta un nuevo retortijón y maldice por enésima vez el agua de El Cairo. Debió haber hecho caso a la intelectual despistada que había conocido en el avión en el viaje de ida. “No se te ocurra beber agua del grifo”, le había advertido, y él no lo recordó hasta justo después de haber vaciado el segundo vaso seguido en el hotel, al volver cansado y sediento de una de las excursiones. Y se había pasado la mayor parte del viaje recluido entre su habitación y el baño común del pasillo. Unas maravillosas vacaciones.

¿Cómo se llamaba? ¿Macarena? ¿O era Malena? Le había acabado dando el móvil, pese a que él le habló de Carolina. Y menos mal, porque salió con prisa del avión y se dejó en el asiento un diario en un idioma extrañísimo que según le había explicado antes estaba traduciendo. ¿Cantonés? No, sánscrito, eso era. Al abrirlo encontró dentro un retrato antiguo de una mujer que se parecía muy vagamente a ella. También se lo había enseñado antes, emocionada, asegurando que tenía que ser una antepasada suya. Era una chica maja, pero estaba como una cabra. Aún así la llamaría para devolverle sus cosas. Suponiendo que recuperase la maleta, claro.

Más cosas… llevaba también el regalo que le había dado Ricardo por el día del padre justo antes de salir para el aeropuerto, hacía una semana. Una especie de sol hecho con pinzas de la ropa cubiertas de barniz, con un espejo en el centro. Lo cierto era que le había venido muy bien para afeitarse en el hotel. ¿Qué más? Ah, sí, el otro regalo del día del padre. Marta había tenido el primer detalle desde el divorcio y le había comprado unos mitones… a mala leche seguro, teniendo en cuenta el calor que hace en Egipto. Además eran de un color verde espantoso. Oh, dioses, ¿cómo ha podido olvidar la lancha? Si ocupa toda la maleta… una estúpida lancha hinchable de color amarillo pollo que Carolina se había empeñado en que llevase con él a todas partes, por si naufragaba en el crucero por el Nilo, o lo atacaba un cocodrilo, o lo abducían los extraterrestres. Todo el mundo sabe que algún día las lanchas hinchables salvarán el planeta.

Mira por la ventanilla del taxi y repara en que ya están llegando al antiguo Cine Lisboa. Ya queda poco. Se echa la mano al bolsillo para sacar la cartera, y una súbita sensación de alarma lo paraliza. Después de todo, no lleva encima todo lo importante.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimada señorita:
Puesto que a ambos nos mueve el amor a la cultura, (he visto en su perfil que una de sus aficiones es la literatura) deseo invitarla a leer el último artículo: “María Jesús Almendro Sánchez; una escritora en ciernes”, que he colgado en mi blog. En el comento de forma breve y concisa lo difícil que es para un escritor novel abrirse camino en el mundo de la cultura nacional española.
¿Qué implica escribir?
¿Existen precios inaceptables, peajes infames a la hora de acceder el escritor, aún desconocido al escenario del reconocimiento y rechazo públicos?
Espero que mis letras sean de su agrado.
Un fuerte abrazo desde tierras canarias.