sábado, 29 de agosto de 2009

mirar, hablar, palabras, único, casa, tele, monja, salir, fotos, perra

Estas palabras son de mi amiga Gema, le estoy cogiendo el gustillo a esto... aún tengo 7 pendientes, pero se admiten más peticiones.





Cada momento que pasa estoy más desvinculada de todo, y a veces eso me asusta.

Pero es que no sé de qué sirve mirar alrededor, mirar a alguien, si al echarle un vistazo a mi propia vida sólo veo sombras. Sombras grandes, que lo envuelven todo, que son tan frías que me congelan las ganas de hablar. Y aún así las palabras salen, mecánicamente, palabras de autómata en conversaciones de autómata, sin ningún otro propósito que el de mantenerme dentro de esta puta normalidad que nos rodea.

Y ya ni siquiera sé qué es normal y qué no, ni sé si alguna vez lo he sabido. Tú eras lo único que me hacía sentir como una persona real, el ancla que me sujetaba al mundo, y ahora que no estás me distancio, me desdibujo, pierdo consistencia. Nuestra casa se ha convertido en un conjunto de paredes aleatorias y yo soy el fantasma que las habita.

Porque sin ti me siento tan ficticia y bidimensional como cualquier personaje de dibujos animados de la tele. Tan ilusoria e irreal como la monja muerta que escuchábamos gemir dentro de las paredes del colegio.

Sin ti me siento como un producto de mi propia imaginación.

Sé que debería salir más. Conocer gente. Dejar de tantear tus fotos con la esperanza de encontrar una entrada en ellas. Olvidarme de ti y de la perra a la que ahora haces sentirse real.

Volver a ser tangible.

Pero es que no sé de qué sirve mirar alrededor, mirar a alguien, si al intentar echarle un vistazo a su vida me ciegan mis propias sombras.

Cada momento que pasa estoy más desvinculada de todo, y cada vez me importa menos.



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miércoles, 19 de agosto de 2009

punción, guitarreo, hecatombe, buzón, cagada, desvestir, hiena, regurgitado, quiosco, intravenoso

Otro de palabras, para acabar con mi vaguería crónica. Esta vez son de mi amigo Dani.




Su voz es tan agradable como una punción lumbar.

No para de hablar en lo que me recuerda a un monótono guitarreo de música pop. No es sólo la voz, sino también el tono. No es sólo el tono, sino también lo que dice. Hace más de cuarenta minutos que finjo que escucho. Ella no para de hablar, yo no dejo de asentir. Me siento dentro de una de esas estúpidas telecomedias de los 70 sobre matrimonios que no se soportan.

Miro por la ventana de la cafetería y deseo que suceda algo, aquí y ahora. Un atraco. Un terremoto. Un holocausto zombi. Una hecatombe de cualquier tipo, en este preciso instante. Lo que sea, con tal de tener una excusa para salir huyendo.

La he reconocido antes por su boca de buzón de correos que por el vestido amarillo que aseguró que llevaría. Al menos las fotos eran reales. No es guapa, pero tiene algo... o lo tenía hasta que empezó a hablar. En cuanto se abrió el buzón de correos me di cuenta de que todo esto ha sido una gran cagada. Era un iluso al pensar que el irritante sonidito del messenger puede sacarle a uno de quicio; no es nada comparado con su voz. Bendita comunicación escrita.

Debería haber aprendido de mis experiencias. En el 90% de estas citas ni siquiera llego a desvestir a la chica. O ella me horroriza, o no se presenta, o ni siquiera es una chica. Cuando me pregunto por qué lo sigo intentando (cosa que he hecho unas mil veces en estos cuarenta minutos), la única respuesta que encuentro es que mantengo la esperanza de subir ese 10%.

Su risa me hace pensar en una hiena devorando algo previamente regurgitado.

Se me quitan las pocas ganas que podían quedarme de seguir con esto, y me voy de allí tras murmurar una excusa. Ella me mira marchar con ojos de gacela indefensa, casi parece bonita de nuevo ahora que está callada. Un precioso, amarillo y triste buzón.

Al salir paso por delante de un quiosco y echo un breve vistazo a la portada de una revista. Pone que «el cyberviolador» lleva más de tres semanas sin atacar, y yo sonrío mientras juego con mi jeringuilla de flunitrazepam intravenoso dentro del bolsillo.

No sé cómo quieren que trabaje, si las chicas cada vez son más estúpidas.



Si alguien quiere proponerme 10 palabras, le hago un relato tonto de estos.

Link de la imagen.

viernes, 14 de agosto de 2009

La pinchadora malvada




Mi musa emo ha vuelto a fingir su muerte (prefiero pensar eso a que esté muerta de verdad), lo que implica que llevo siglos sin escribir nada. Así que, como todos estáis deseando… voy a dedicar la actualización de hoy a contar mi vida.

Ayer tenía que hacerme unos análisis. No es que me esté muriendo (o eso creo, porque aún no tengo el resultado), ha sido simplemente porque mi madre se ha empeñado en que me los haga. Fue ella la que me pidió hora en el médico, y por lo que me ha contado, la conversación debió de ser más o menos así:

Mi madre: Quiero pedir hora para que mi hija se haga unos análisis, que últimamente ha adelgazado mucho.

Médico: ¿Pero ha adelgazado sin hacer nada?

Mi madre: No, está haciendo dieta.

Médico: ... entonces es normal que adelgace... (Inserte aquí expresión manga de gota de sudor en la frente)

Volviendo al tema, me dan mal rollo las agujas y nunca me han gustado mucho estas cosas, pero lo llevo más o menos bien. O, mejor dicho, lo llevaba.

Hasta ahora.

Comenzaré con el análisis de orina. Mear en un bote parece fácil... pero como estoy medio loca y tengo bloqueos mentales extraños, para mí no lo es tanto. Me levanto antes de las 8 de la mañana... y no hay manera de mear. Ni abriendo grifos, ni nada. Y con unas ganas tremendas, porque me hinché a agua por la noche precisamente para que me resultase menos complicado.

Cuarenta minutos después, sigo sin mear y ya es la hora de irme. Conclusión: tengo que mentir cual puta y decirle a la tía del ambulatorio que me ha bajado la regla por la noche y por eso no he llevado la muestra. A ver si cuela y el médico no me la pide de nuevo.

Me hacen pasar a hacerme el análisis de sangre. La tía es novata, pero no me preocupa mucho, ya me pinchó una novata otra vez y lo hizo bien. Me pide que le dé el brazo derecho, y yo se lo tiendo amablemente y miro para otro lado, porque me da mucho yuyu verlo. Después de un rato buscando la vena sin éxito, me dice que le dé el otro. «Empezamos bien», pienso. Aún no sé cómo va a acabar aquello, por suerte para mí.

Le doy el otro brazo, y después de buscar durante lo que me parecen mil años, noto el pinchazo. La tía está rajando con la de al lado sobre las vacaciones. La aguja sigue dentro. Yo juraría que estas cosas duran menos, al menos las otras veces. También juraría que duelen menos.

Unos dos o tres minutos más tarde, la aguja sigue ahí clavada, y la tía sigue contando no sé qué leches sobre la hija de no sé quién. Yo no sé lo que está pasando porque sé que si miro me voy a marear, pero duele un cojón y medio, y encima la tía pasa del tema.

Y, de pronto, dice: «Huy... se ha roto».

«¿Qué coño se ha roto?», pienso yo, y cuando noto salir la aguja me atrevo a mirar y la veo con cara de «oops», poniéndome una gasa grande sobre el pinchazo, y sujetándola con esparadrapo. Las otras veces me ponían una gasita pequeña, o un algodón, y no la sujetaban. Ni decían que nada se hubiese roto. Y no dolía.

«Te va a salir un huevo aquí», me dice, tan tranquila. En ese momento quiero matarla. Lo peor es que luego le dice a una compañera: «¿Te importa acabar tú?». La miro, flipando, y le pregunto si no ha terminado. Y la tía me enseña tres tubos, uno lleno, uno vacío y otro a medias, y SONRÍE. «No, queda la mitad... es que se ha roto la vena cuando estaba llenando este».

Ni puedo contestar, porque empieza a darme de to sólo de pensar en que tienen que pincharme otra vez. Llega la otra y me pide el brazo derecho. Se lo doy, acojonada, y cuando me quiero dar cuenta, noto el pinchazo en la MANO. Los tubos tardan más en llenarse que cuando lo hacen en el brazo, y duele más (bueno, duele poco en comparación con la escabechina que me ha hecho la otra antes), pero por lo menos ninguna parte vital de mí se rompe esta vez y todo acaba felizmente. La primera ha desaparecido, supongo que para que no la mate al salir.

A ver, yo entiendo que no se nace sabiendo, y que la gente tiene que aprender a pinchar bien. También entiendo que mis venas son difíciles de encontrar, siempre tardan un poco. Pero coño, las otra vez que se me había dado la combinación novata-venas con +50 en sigilo, la muchacha al menos se concentró en el tema y no se distraía rajando con la compañera mientras.

Así que llego a casa blanca, con el brazo izquierdo semivendado y un pinchazo en la mano derecha. Y meándome. Mi madre flipa al verme, y yo le digo que los próximos análisis se los hará Perry.